Los labios se humedecen tan solo con ver que la melcocha se extiende, pegajosa, entre un tronco y las manos del artesano. Un olor dulce se esparce, provocante, y motiva a embelesarse, a saborear el meloso manjar. Quien llega a Baños, balneario-santuario de Tungurahua, difícilmente puede escapar a esa dulce tentación.