Parodiando a Wittgenstein se puede decir que es difícil no exagerar en política, lo que no quiere decir que haya que ocultar la verdad o falsearla. De hecho, la parte discursiva del accionar político inclina a ello. Se entiende por los réditos que el político podría alcanzar con sus intervenciones, las que a menudo sobrepasan los límites que normalmente deben emplearse cuando se refieren a hechos y situaciones del Estado. Este tremendismo retórico es, por definición, negativo, y además puede ser irresponsable y hasta nefasto según las circunstancias. Que sea un recurso de demagogos y dirigentes propensos al populismo no extraña, aunque nadie deja de percibir que sus proyecciones en nada ayudan a una gobernabilidad sin tropiezos.
Estas exageraciones políticas se han avivado en las últimas semanas, y si se averiguan sus motivaciones concretas como que saltan a la vista sin tapujos de ninguna clase. Pero lo que deseo resaltar ahora es que constituyen algo así como insufribles tautologías partidistas.
Lo tautológico se lo percibe al menos en dos ámbitos precisos: en el personalismo de pensamientos y expresiones que se cierran en sí mismo como un círculo, un anillo de metal, a partir de la creencia individualista de que lo que pensamos, sentimos y decimos es la única verdad existente, sin considerar que puedan existir otras interpretaciones de los hechos, otras posibilidades de análisis a las que, si atendiéramos a una lógica y no meramente a un llamado sentido común, podríamos acudir antes de manifestarnos.
El otro ámbito de incidencia está marcado por las mismas acciones que, repetitivas, enuncian y denuncian tácticas, subterfugios y manipulaciones que se enfilan por sendas ya transitadas y que llevan a ninguna parte, salvo el sobresalto público, el rumor, las dudas sobre tales y cuales conductas.
Ejemplo de esto último lo ha proporcionado el Gobierno con el propósito presidencial de otorgar la amnistía a los militares que participaron en el motín contra el señor Mahuad. ¿Tenía el coronel Lucio Gutiérrez necesidad de iniciar un fuego que por más de una razón debía crecer, cuando ya de suyo había otros encendidos y a los cuales debe enfrentar y ciertamente extinguir?
El accionar político de los partidos y de sus representantes debe de ser todo menos cerrado, menos enroscado en sus solos intereses, porque si la defensa y desarrollo de esos intereses es en principio legítimo, ante y sobre ellos están los correspondientes a la sociedad, al Estado ecuatoriano.
A veces un ciudadano podría pensar que estamos inmersos en un proceso de involución y no de evolución política, social, cultural, como debería de ser. Que, como señala un verso de Eliot, algunos dirigentes políticos creen que el principio y el fin del Estado está sujeto a la sola visión y expresión de sus pareceres. Este tautologismo no responde a la realidad de los hechos y tampoco a las necesidades de la comunidad. Se trata de una apariencia que sin cesar engaña, como esos espejos de los circos que reflejan la figura con inusitadas desproporciones. Lo curioso es que los políticos solo pueden existir en lo real y en directa conexión con una realidad, pues en caso contrario su accionar es vano, superfluo y hasta inútil, pudiendo hasta resultar nefasto para la vida social y del Estado.