¿Usted, querido lector, tiene faltas ortográficas? ¿Cuando escribe sus cartas se percata que las s y las c son correctas (V/F); que las tildes están marcadas (V/F); y el temperamento del texto, bien expresado en su puntuación (V/F)? Si es así, tiene tres puntos; si no corra y compre un mataburros (diccionario) junto al mejor libro de ortografía.
Poniéndonos la mano en el pecho y el corazón en la lengua, la mayoría de las personas y ¡hasta los jefes! tienen dudas con respecto a la ortografía, dudas inconfesables mientras más alto sea su rango o más dinero tenga en el bolsillo. Por eso es todo un reto apostar a la ortografía y publicar un libro como lo ha hecho Raquel Nolli con Ortografía paso a paso.
Creo que la impopularidad de la ortografía entre los infortunados estudiantes se debe a una serie de prejuicios, muchos de los cuales nacen en las aulas, por ello los maestros deben poner las barbas en remojo y propiciar un cambio hacia la pobre víctima.
Los siete pretextos capitales en su contra son:
UNO: La ortografía es difícil. No es difícil, nos la hacen. Hay profesores que sienten verdadero placer en volverla una tortura china. Sencilla en su esencia, la convierten en un tratado de física nuclear. Se enredan en complicaciones, hablan difícil para parecer sabios y en lugar de llamar a las agudas, graves y esdrújulas por sus modestos nombres, las llaman con los rimbombantes oxítonas, paroxítonas y proparoxítonas.
DOS: La ortografía es aburrida. Como una misa para un ateo, si no advertimos su aplicación en nuestra vida. Tan inútil que nos va a servir siempre mientras hablemos y escribamos castellano. Tan inútil que está presente en 25 países de Europa, Asia, África y América, donde hablan el idioma apenas 400 millones de personas. Si pensamos en nuestros egoístas y cochinos intereses se impone otra
percepción.
TRES: Aprender ortografía es perder tiempo. Pues el programa de la computadora es más que suficiente. Este criterio concluiría que ya no hay que aprender a sumar porque existe la calculadora. ¡Malas noticias! El mejor programa no es seguro con las tildes diacríticas y enfáticas, tampoco con
algunos verbos. Mejor confiar en la portátil que cargamos sobre nuestros hombros.
CUATRO: Si no aprendiste ortografía en la escuela, no aprenderás nunca. Lo defienden quienes creen que un adulto es un producto terminado. Nada más vergonzoso que un Máster con horrendas faltas: ¡le regalaron el título!, escuchará a sus espaldas. Nunca es tarde. Si dejamos de aprender, empezamos a envejecer.
CINCO: Aprender ortografía es aprender reglas. Sí, pero en tiempos de mi abuelito, cuando la enseñanza era memorística. Su aprendizaje puede ser divertido, alegre y lúdico si al profesor se le antoja. Enseñándola se puede jugar, hacer crucigramas y competencias. Además las reglas deberían ser deducidas por el alumno.
SEIS: Los profesores de ortografía son antipáticos y anticuados. No todos. Quizá responda al estereotipo de la profesora ceñuda, de lentes, con un moñito y una vara en la mano dispuesta a castigar a quien escriba vaca con b de burro. Los posmodernos suelen ser interesantes y con un no sé qué de intelectuales.
SIETE: La ortografía es solo para escritores, periodistas y profesores de literatura. Es una queja frecuente de los alumnos de otras especializaciones. Ergo: porque seré economista no necesito escribir correctamente. La ortografía propicia una auténtica comunicación. Sin ella el texto se torna caótico y confuso y antes que lograr una buena comunicación se consigue la animadversión del lector y que termine en el cesto de papeles.
Ojo: si quiere impresionar e influir en los demás estudie ortografía.