<strong><em>Un nostálgico recorrido por las fiestas y eventos sociales del Guayaquil del siglo pasado.<br /></em></strong><br /> Se imagina a su bisabuelo, cuando era joven, en 1920, llegando ebrio a su casa a las 05h00 después de una gran fiesta. Claro que no, de ser así, seguro que hubiera recibido un buen castigo con un látigo.<br /> Reprimenda “justa” en una época donde tanto las esposas como los hijos para salir de sus casas necesitaban permiso del jefe del hogar.Los eventos sociales que se celebraban en las décadas de los años 20 y 30 eran generalmente los bautizos, matrimonios y cumpleaños. En las dos últimas, según el folklorista Guido Garay solo participaban las personas adultas y era muy raro que los niños y adolescentes estén en ellas.<br /> “Los cumpleaños empezaban a celebrarse a partir de las 16h00 y asistían solo las amistades de confianza. Se iniciaba con el brindis de la “chicha de la santa o del santo” que era de tres harinas y podía ser de arroz, fréjol, ajonjolí, maní o jora, entre otros”.Luego, al ritmo de la música con vitrola se les servía a los hombres champán, coñac y vinos franceses, italianos o españoles y para las damas el rompope casero porque no acostumbran a ingerir bebidas fuertes.Si de repente se presentaba al evento una amistad d poca confianza esta no subía a la casa, sino que el homenajeado bajaba un momento al zaguán a brindarle chicha.En la fiesta también se ofrecían emparedados de pan briollo con jamón del diablo o mortadela española enfundada en la tripa del chancho acompañados de gaseosas como la Fox, Frutal, Yes Yes, Minerva, Champán, Pavito real o Fioravanti. Además, pastel con abundante merengue, queso de leche, frutas en almíbar y manjar blanco. Y como plato fuerte a las 12 de la noche se servía un buen aguado de gallina criolla.En cambio, “en los matrimonios de las personas pudientes se brindaban también bocaditos de la dulcería La Palma y el clásico pavo relleno preparado en casa o adquirido en el restaurante El Fortich, que quedaba en Chimborazo y Nueve de Octubre”, recuerda Garay.<strong>Los bautizos</strong><br /> Una de las mejores fiestas que por esa época se celebraba era el sacramento del bautismo y confirmación de los niños.“Hasta 1955, el padrino acostumbraba a arrojar a la entrada y salida de la iglesia muchas monedas de diferentes valores para que los niños que estaban al acecho las cogieran. Si no lo hacía, ellos le gritaban: ¡padrino cicatero... bolsillo de candelero!”, recuerda el historiador Rodolfo Pérez Pimentel.Después, si los padres tenían dinero ofrecían en sus casas un ágape como si fuera un matrimonio y los padrinos entregaban a los asistentes como recuerdo una estampa impresa especialmente para la ocasión de la que colgaba una medalla que podía ser de oro, plata o bronce.Sin embargo, los que no tenían posibilidades hacían la fiesta muy sencilla y brindaban un arroz con seco de chivo, aguado o meloso de gallina.<strong>Despedida de solteros</strong><br /> Estas celebraciones aparecen en 1942. En una época en que las fiestas se incrementaban por las influencias de las corrientes europeas y estadounidenses, dice la socióloga Bertha Cuenca de Jaramillo. Se puso a la moda el baile del cancán y la mujer guayaquileña era admirada y cotizada por los caballeros, no solo por su habilidad para practicarlo sino por sus vestidos escotados, casi sin mangas, y siempre a media pierna”.La despedida de soltería de las mujeres, según la periodista e investigadora Jenny Estrada Ruiz, se realizaba entre ellas y, por lo general, era en la casa de la novia donde se le obsequiaba utensilios para el hogar. “Entonces, solo bastaba la música clásica, el brindis con cocteles como medias de seda o menta, y una amena y respetuosa conversación para pasarla bien”.En cambio, la despedida de soltería de los hombres, dice Garay, a excepción de algunos, consistía en ir de saco y corbata a algún cabaré en busca de prostitutas, bebidas alcohólicas y bromas pesadas.<strong>Fiestas a luz prendida<br /></strong><br /> Por esa misma época, las fiestas de cumpleaños entre amigos se celebraban en sus casas a tempranas horas de la noche y a luz prendida, cuenta Estrada, pues a nadie se le hubiera ocurrido llegar al baldeo. “Cuando algún muchacho llegaba al baile y olía a licor, todas las chicas inmediatamente nos pasábamos la voz y él tenía que salir del lugar ya que nadie bailaba con un borracho, porque nos cuidábamos”.<br /> Otra fiesta que toda muchacha soñaba ir era a la del colegio Vicente Rocafuerte, porque allí estudiaban muchos chicos de la alta sociedad. Pero solo podían asistir en grupo y un amigo respetable tenía que hacerse cargo de regresarlas a la casa a la 01h00 en punto.“El baile empezaba a las 21h00 y terminaba a las 02h00. Era con dos orquestas y la tanda musical se abría con un paso doble, un chachachá, un merecumbé, una conga, un popurrí o un bolero”.<strong>La fiesta rosada</strong><br /> Fue en 1950 cuando empezó a generalizarse la celebración de los 15 años y luego adquirió la denominación de Fiesta Rosada. Estrada recuerda que la quinceañera se vestía con traje sencillo y era acompañaba por una corte formada por sus mejores amigas.La fiesta empezaba a las 21h00 hasta las 02h00 y los invitados asistían con traje largo y terno. Si los 15 años se festejaban en la casa, el padre sacaba a la santa del cuarto y la llevaba cogida del brazo hasta la sala donde era presentada en sociedad por el padrino de bautizo con un discurso, o por un orador profesional que se contrataba para el efecto.Pero si el festejo era en un club privado como el Yacht Club o el Tenis Club, el baile era amenizado con orquestas como la Blacio Jr., la Costa Rica Swing Boys o la Falconí Jr.El bufé de ese entonces, asegura Estrada, lo preparaban expertas. En los bocaditos de sal se especializaba Isabel Reyes, los dulces finos los hacía Grace Hoeb, y los platos fuertes que consistían en arroz con pollo, pavo relleno criollo y ensaladas, las señoritas Serrano y Falconí.<strong>Salones y discotecas</strong><br /> Otros salones donde también se iba a bailar por los años 60, recuerda Estrada, era en el Blue Room del hotel Crillón, en el hotel Humboldt y en el Cima’s del Bim Bam Bum. En este último, tocaba piano de cola Julio Oyague y el saxofón Horacio García. Otro sitio de diversión quedaba en la terraza del edificio Inca, en Nueve de Octubre y García Moreno y contaba con orquesta propia.Años más tarde se inauguró el primer lugar oscuro llamado Key Club, cuyas paredes eran negras y la luz tenue muy indirecta, donde los socios entraban con su propia llave. Esas salas de baile fueron poco a poco desapareciendo, hasta ser reemplazadas por las modernas discotecas de hoy.<strong>Fiestas infantiles</strong><br /> Los cumpleaños infantiles, dice Garay, surgieron por la década del 40 y empezaban a las 4 de la tarde. Aunque no estuvo en muchos, cuenta que al santo le hacían una pequeña comida para que la disfrutara con sus amiguitos cercanos y primos, quienes le llevaban regalos.Después, las fiestas eran más amenas y se decoraban las casas con guirnaldas. El cumpleañero rompía la piñata que consistía en una ollita de barro, decorada con papel crepé donde colocaban bombones y caramelos. También se daban de recuerdo a los invitados gorritos confeccionados por las propias mamás y que tenían forma de casco de bombero, de policía, de payaso o de enfermera.Incluso, dice Estrada, era costumbre brindar los relámpagos, guargüeros, alfajores, suspiros, turrones y trufas de chocolate que hacían las señoritas Hoeb y que hasta hoy, por tradición familiar, siguen preparándolos.