Los últimos días han creado un clima propicio para el encuentro, para un diálogo profundo y para manifestaciones de afecto enormes. Con frecuencia los humanos necesitamos de esos “instantes” de los que hablaba Jorge Luis Borges para sacar afuera lo que anida en el corazón y como los humanos, por lo general, somos gente buena y bien intencionada, en esos “instantes” afloran los sentimientos de simpatía, de consideración, de beneplácito, de admiración, de respeto, de cariño, de gratitud y de cuantos otros gestos bellos que caben en espíritus gratos.
En ocasiones diferencias de criterios o discrepancias de apreciaciones bien pueden llevarnos a entorpecer relaciones interpersonales mantenidas durante mucho tiempo. Para esas horas es importante mirar la historia, y a su luz, evaluar actitudes o concepciones. Me gusta ser partidario del optimismo y siempre espero, aun en los conflictos más serios entre padres de familia o en la relación de ellos con sus hijos, que aflore el amor filial, paternal o maternal y triunfe la concordia. Igual pienso de otras diferencias que puedan surgir.
En estas tertulias, pude manifestar a mis amigas y amigos, lo grato que debemos sentirnos por haber nacido humanos, dotados de cerebro y corazón; lo agradecidos con Dios por el don de la fe, porque hay personas que aun queriendo creer no pueden hacerlo. Estas consideraciones nos llevaron a jugosas conclusiones que creo oportuno entregarlas ahora a ustedes, amables lectores, porque conozco que son personas profundas, deseosas de ahondar aún más en sus reflexiones:
– Yo creo profundamente en Dios, creo en mi país y lo amo intensamente, creo en los seres humanos; finalmente tengo fe en mí mismo, en mis intenciones y en mis proyecciones; la fe alimenta mi esperanza y esta hace que convierta mis energías en amor a la niñez y a la juventud.
– Las personas y las instituciones un momento dado se vuelven creíbles, es decir dignas de credibilidad. Sencillamente creemos en la Junta de Beneficencia, por ejemplo, porque durante algo más de un siglo nos brindó un servicio de calidad en beneficio de los más pobres, por esto creemos en ella y nadie puede quitarnos esa credibilidad. Esto mismo pasa con ciertos amigos nuestros, maestros, hermanos o con nuestros padres: son dignos de fe porque nunca nos defraudaron, nunca dudamos de ellos. La credibilidad no se compra, no se hereda. La credibilidad se la trabaja en el yunque del esfuerzo diario, la credibilidad surge de los labios de las personas que nos invitan a vivir valores que ellas los encarnan; la credibilidad está al final de un camino, es la cosecha de una siembra paciente y generosa.
– Alguna vez oí este aserto atribuido al cardenal Newman: “Para quien cree mil objeciones no constituyen una duda y para quien no cree, mil argumentos no hacen una verdad”; como que la fe es una llave de enormes poderes.
El mundo necesita creer. Los humanos debemos ser sembradores de fe en la humanidad, en un Ser Supremo, en nuestra niñez y juventud y en nuestro país. Ecuador requiere de nosotros; necesita que creamos en su destino; necesita de ciudadanos dispuestos a integrar un manojo de voluntades dispuestas a trabajar mancomunadamente para restaurar la fe en nuestro destino.