Ella, mujer kichwa, fue asesinada el 8 de marzo del 2022, en una comunidad rural de Otavalo. Su cuerpo, ensangrentado, semidesnudo, fue la representación más real de que diversas formas del patriarcado violento están presentes en las comunidades kichwas. Su cuerpo-territorio fue despojado de este espacio por la crueldad masculina hegemónica. ¿Dónde están sus anacos? ¿Quién intentó sacar su blusa? ¿Quién desató su faja? ¿Quién perforó su vida?

Mientras su cuerpo está expuesto frente al ayllu, algunos lo minimizamos, lo justificamos, nos preocupamos por la imagen de la comunidad o la culpamos alegando que su asesinato y violación se debe a su decisión de salir a bailar de noche. Sin duda esto muestra el miedo, muestra los estigmas que refuerzan el patriarcado, los estereotipos machistas impregnados en nuestra memoria colectiva.

También hay momentos de quiebre y minutos de conciencia. Pero a unos pasos la indiferencia sigue. Un partido de fútbol –parte de la celebración del Pawkar– ha demorado mucho en iniciar por “ella”, quien yace a un lado del terreno, por lo tanto deben continuar… Sin duda, las indiferencias por nuestras vidas siguen intactas. La crueldad, la falta de empatía y la indiferencia también están muy presentes en el femicidio, donde se pone en juego el narcicismo masculino (R. Segato) para demostrar supremacía y control total sobre el cuerpo-territorio de la mujer, perforar su vida; para considerarse superior frente a su grupo evaluador.

Los cabildos y excabildos toman la palabra. Hablamos de la víctima, que era madre, era trabajadora, era migrante, apenas había regresado a su tierra. Era joven, era mujer rural, era mujer precarizada, mujer empobrecida, mujer racializada, violada, asesinada, a quien le daban el título de supuesto. Casos parecidos ocurren en las comunidades kichwas, comunidades que son invisibles al ojo estatal. El femicidio, según Lagarde, es la expresión de las múltiples y sistemáticas formas de violencia que atentan contra los derechos humanos de las mujeres y las niñas. A esas se suele sumar la violencia institucional en la que se pone en duda, se considera supuestos, se revictimiza o los casos quedan impunes.

Los cuerpos de las mujeres originarias (R. Segato) son un campo de disputa; durante la colonización tomaban control sobre nuestros cuerpos. Hoy en día, de hecho, no ha cambiado, el agresor no solo es un hombre blanco, sino un compañero de nuestras comunidades, una pareja, un novio, alguien del ayllu. Nuestros cuerpos femeninos, feminizados, racializados, empobrecidos, rurales, son campos de disputa del control. Los femicidios que ocurren en los territorios rurales, hacia las mujeres originarias, muestra claramente que forman parte del alto índice de los femicidios por razones de género, de raza, de precarización, y explotación a nivel del Abya Yala.

Ayllu ukukunapika shina warmikunata makaykunawan, warmikunata wañuchiykunawanka imashatak alli kawsaytaka rikuchinahunchik, maypitak chay alli kawsaytaka sakishkanchik. Warmikunata llakichinahukpika ima alli kawsayta kankayari.

Melani Achina warmikupa shutipi. (O)