Estamos en época de Kapak Raymi, la lluvia cada vez más ocupa este tiempo, el viento fresco nos saluda y nos cuenta la llegada del solsticio de diciembre. Los sembríos de maíz brotan cada surco, el color verde se apodera de cada terreno familiar en las comunidades. Hay mamitas que lamentan que esta lluvia no haya llegado en septiembre y continúan con la esperanza de que estas o sus gotas alimenten la raíz de nuestros maizales. Este cuidado amable y mirada cariñosa del tiempo y los sembríos son ritualidades y sabidurías del día a día que el ayllu lo realiza.

El Kapak Raymi es la práctica del cuidado y la conmemoración de un saber mucho más amplio que las sociedades hermanas de Saraguro lo tienen a viva voz, por el contrario, en las comunidades del norte seguimos creando espacios para rememorarlo. Son pocas las mamas que hacen ritualidades, hace unos días mi tía que es sanadora celebraba este ritual desde el corazón, en su voz agradecía a los 4 elementos. Además, pedía que nuestras sabidurías nunca terminen. Esta bondad no se aprende con conceptos, sino desde la pedagogía del cariño, del ejemplo y lo vivencial.

Por el contrario, he visto más taytas celebrarlo en los espacios públicos y urbanos. La diferencia es el privilegio que se les otorga al ser hombres y esto se fusiona a lo patriarcal para abusar del poder y violar los derechos de las mujeres. Por supuesto, es un error generalizar, sin embargo, invito a la crítica para saber cuestionarlos cuando es una sabiduría ancestral y cuando también se abusa del poder. También por el derecho a tener un nombre kichwa y espiritual se ha optado por nombrarse desde el kichwa, con nombres como Amaru, Amawta, Kuri, Yaku, Raymi, Inti, entre otros. Cada uno de estos nombres tiene un significado verdaderamente potente en nuestra lengua. Sin embargo, se los daña si sus practicantes a pesar de hablar de los saberes ancestrales y celebrar ritualidades lamentablemente estamos maltratando a las mujeres. Existen varios casos donde se han situado como taytas y se ha acosado, maltratado a las mujeres o sus propias compañeras. Entonces, hablamos de la violencia a las mujeres y a nuestra lengua materna. Lamentablemente es un silencio a voces y merece cuestionarse sus prácticas, pararlo. Recordemos que el primer paso contra la violencia es dejar de ocultarlo.

No hay justicia epistémica ni intercultural si por encima se tienen que violar los derechos de los cuerpos femeninos y feminizados. Dentro de nuestras sabidurías kichwas hablamos de la dualidad, la paridad, pero no es suficiente si nosotros mismos no lo respetamos y solo lo mencionamos en el discurso. No es una dualidad real si solo es funcional. Urgen más voces de mamas, de taytas más conscientes, de mujeres, de cuerpos feminizados, urge cuestionarnos, no celebrar ritualidades solo como agenda intercultural, sino que sea una pedagogía horizontal y cariñosa de vida. Busquemos a las mamas no para cumplir la paridad funcional de género, ni para folklorizar las sabidurías, sino porque es necesario y merecemos dialogar y aprender de ellas. (O)