Todo empezó con un informe de la Contraloría General del Estado derivado de una auditoría al Convenio de Cooperación y Transferencias No Reembolsables, suscrito el 26 de septiembre de 2022 entre el Gobierno Autónomo Descentralizado de Guayaquil (el Municipio, para ser más claros) y la Federación Ecuatoriana de Fútbol. Mediante tal convenio el Municipio porteño entregaba a dicha Federación $ 2 millones para labores de adecuación del estadio de Barcelona (Monumental Banco Pichincha), elegido en mayo de 2021 por la Confederación Sudamericana de Fútbol (Conmebol) como sede de la final única de la Copa Libertadores de América.

Lo realmente monumental acerca de esta decisión fue el alboroto producido en Guayaquil. Los dirigentes toreros empezaron una campaña publicitaria sobre la belleza y las bondades del escenario. Hasta al universalmente famoso Pelé lo metieron en mambo. Una frase, según los relacionistas públicos canarios, dicha en 1993 por el gran futbolista auriverde, muy dado a pronunciar citas de compromiso, sirvió para una placa: “En mi país, Brasil, está el estadio más grande del mundo, el Maracaná, pero este de Barcelona es el más bello del mundo”. Estrafalario, pero ruidoso.

Al instante se contagiaron los de siempre: operadores turísticos, líneas aéreas, empresas hoteleras de cualquier estrella, dueños de discotecas y sitios de diversión (chongos, se les dice hoy), el universo gastronómico y muchos más.

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La propaganda hizo el resto, como siempre ocurrió cada vez que se logró una sede para un torneo internacional. ¿Recuerdan el Mundial de Natación de 1982? Dinader vendió al país la idea de que el orbe entero iba a invadir las agencias de viaje y las líneas aéreas para conocer el bello Ecuador, cuyo nombre iba a sonar en todos los medios de comunicación del planeta.

El gobierno de la época se adhirió a esta estridencia y puso el dinero para la organización y para la construcción de piscinas. La fiesta fue muy bonita; vinieron los mejores nadadores del mundo, pero lo que quedó fue muy poco. La muestra más palpable es la piscina del Centro Cívico, hoy destrozada como si hubiera pasado un huracán. Los modernos gimnasios en la pileta de La Pradera desaparecieron, igual que el ascensor que llevaba a la plataforma de 10 metros. El cromatógrafo de gases, moderno detector de dopajes, fue a parar a un hipódromo.

El sueño de Lucho Chiriboga Parra, gran impulsador de la natación ecuatoriana, terminó en pesadilla por culpa de otros. No hace mucho tres sujetos se relamían con unos Juegos Bolivarianos en Guayaquil en 2025 –la peor ciudad en desarrollo deportivo– con el mismo embuste de la popularidad de la urbe, que hoy no reside en sus héroes deportivos que hay que buscarlos en el pasado, mientras se levanta una Disneylandia de escenarios que nadie sabe quién los ocupará. Negocios son negocios y adjudicaciones y concesiones.

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Lo de la final de la Copa Libertadores 2022 fue igual. Flamengo, el equipo más popular de Brasil, supuestamente iba a traer 50.000 fanáticos por aire, mar y tierra. Athletico Paranaense, con menos partidarios, iba a poner en Guayaquil entre 10.000 y 12.000. “El estadio más bello del mundo” pasó las primeras revisiones de Conmebol, pero faltaba dinero para ponerlo en forma para envidia del moderno Santiago Bernabéu, del Paseo de la Castellana en Madrid; o el Allianz Arena, del barrio de Fröttmaning, en el norte de Múnich.

La Conmebol, aún maltratada moralmente por el escándalo FifaGate, entró a tallar enseguida. La FEF, eterna obsecuente del presidente Alejandro Domínguez, tal como lo son los demás presidentes de las federaciones, se unió a la campaña de captación de apoyos. En cada uno de estos casos los primeros que los embaucadores divisan en sus prismáticos son los políticos, ávidos de respaldo populista.

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Y para eso ha servido desde hace rato Barcelona SC, la entidad futbolística más popular del país. La entonces alcaldesa, Cynthia Viteri, quien dirigía los intereses de una ciudad plagada de necesidades insatisfechas, picó el anzuelo. Le tiró a la Ecuafútbol, con bastantes problemas de transparencia, $ 2 millones para la adecuación del Monumental.

Guayaquil, colmada de turistas con bolsillos colmados de dólares, fue solo sueños de perro. Los 200 vuelos de chárteres y aviones privados que anunciaba la promoción de Conmebol, lo que significaba que el aeropuerto tendría que lidiar con 20.000 o 30.000 turistas, se redujo en la realidad a 85. Las cifras oficiales dijeron que hasta el viernes, la víspera del partido copero, llegaron entre 2.000 y 3.000 personas.

Los que vinieron por tierra fueron calculados en 9.000 (la cantidad definitiva fue de 11.170, según la Empresa Municipal de Turismo). Los blancos en las graderías del estadio mostraron que los cálculos olían a euforia mercantil. Contando con ‘pavos’, patrocinadores, amigos y viajeros, el estadio tuvo casi 35.000 espectadores para un insípido partido que ganó Flamengo 1-0.

¿Cuánto costó esta aventura a Guayaquil y al país? A los $ 2 millones que regaló el Municipio para un juego en que el dueño era una entidad extranjera (Conmebol), hay que agregar lo que el Estado invirtió en seguridad en las calles, en los sitios turísticos, los hoteles y sitios de diversión. Un dineral para beneficio de una entidad archimillonaria cuyos miembros se estima que ganan $ 20.000 mensuales sin hacer nada, que viajan en vuelos privados a los más distantes sitios, que se alojan en hoteles cinco estrellas, y son adictos al lujo y al boato que harían morir de envidia al sultán de Brunéi.

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Hoy el cabildo investiga cómo se utilizó la donación y si se distrajo dinero para otros estadios como afirma el informe de la Contraloría. Lo extraño es que para un partido de 90 minutos se haya gastado en readecuación nada menos que entre 6 y 8 millones de dólares, pues según el expresidente Carlos Alfaro Moreno, en declaraciones a EL UNIVERSO dijo el 22 de junio de 2022: “Entre 4 y 6 millones de dólares serán la inversión de la Conmebol para que el Estadio Monumental Banco Pichincha esté a la altura de esta final continental, que será el 29 de octubre”. ¿Tan ruinoso era el estado del inmueble?

Quienes vivimos el deporte con pasión sana pensamos: ¿No costaba $ 2 millones la rehabilitación de la piscina del Centro Cívico, destruida por negligencia del Ministerio del Deporte? ¿Por qué la alcaldesa Viteri, a la que se planteó el asunto, nunca tomó en cuenta esta obra en beneficio de la natación guayaquileña y no en provecho de entidades mercantiles nacionales y extranjeras con disfraz de asociaciones sin fines de lucro?

A la misma alcaldesa propusimos en una columna el cumplimiento de la ordenanza que dispone la levantamiento del monumento a los Cuatro Mosqueteros del Guayas, deportistas guayaquileños que asombraron al mundo en 1938 al lograr el título sudamericano de natación. Nunca nos tomó en cuenta. La ordenanza tiene doce años de vigencia y de indiferencia municipal.

Costaría solo el 5 % de lo gastado en un partido cuya taquilla y más beneficios se llevó la Conmebol. A decir verdad, tampoco Aquiles Alvarez nos ha dado bola. (O)