En medio de una nueva espiral de violencia en el país, Guayaquil recuerda los 488 años del inicio de su proceso de fundación.
Lo que debería ser un festejo tiene un sabor agridulce por lo que vive la ciudad y el Ecuador entero en materia de seguridad. Sin embargo, quienes quieren a esta localidad, ya sea porque nacieron en ella o porque en el transcurso de su vida la adoptaron como hogar, siguen con la esperanza de verla florecer nuevamente.
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Con agrado se ven los acercamientos entre el Municipio de Guayaquil y el Gobierno Nacional para colaborar oportunamente y mejor en materia de seguridad, cumpliendo con responsabilidad su deber de trabajar por la ciudad. Es una tarea importantísima, que no permite más pérdida de tiempo ni enfrentamientos entre los dos niveles de autoridades cuando la Zona 8 (que se compone de Guayaquil, Durán y Samborondón) es una de las más peligrosas del país.
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Canciones, poemas, relatos, han recogido a través del tiempo el ir y venir de este puerto junto al río Guayas (así como junto a los ríos Daule y Babahoyo, que lo forman), que ha sabido mantenerse a flote por medio milenio y que tiene aún por delante días mejores. Dos incendios que por poco la extinguen, fenómenos naturales, el desarrollo urbano descontrolado, malos dirigentes, son parte de lo que ha enfrentado la ciudad, y pese a todo sigue en pie como un referente de trabajo y lucha, algo que ha sido registrado por este Diario desde que nació en esta localidad hace casi 102 años, y que demuestra que una y otra vez Guayaquil ha resurgido más fuerte, y esta vez no será la excepción. La popular frase “guayaquileño madera de guerrero” lo recuerda siempre.
Es tarea de autoridades, fuerza pública y ciudadanos trabajar en conjunto desde su posición y obligaciones para que todos los guayaquileños puedan caminar tranquilamente por la ciudad y recibir con los brazos abiertos y con confianza a quienes los visitan desde otros lugares del país y del mundo. Un objetivo que se ve por ahora difícil, pero que es posible. (O)