El expresidente Rodrigo Borja falleció la noche del 18 de diciembre pasado. A sus 90 años podía mirar a los ojos y caminar sin equipos de seguridad o escolta en Quito, donde siguió residiendo tras su paso por el mandato en el periodo 1988-1992. Él lo presumía refiriendo a mandatarios enjuiciados y hasta sentenciados.
Reconocido por su oratoria, su firmeza e ideología, pero más por legado, Ecuador despide con luto nacional y un funeral de Estado al doctor Rodrigo Borja, como lo nombraban seguidores y adversarios.
El exmandatario marcó hitos en su paso por la política, un legado para el país. Fue él quien propuso la mediación del papa Juan Pablo II para buscar el fin del conflicto bélico con Perú, este fue un primer paso para la negociación que vino después con la comisión de paz y la firma en el gobierno de Jamil Mahuad.
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Rodrigo Borja emprendió la llamada Campaña Nacional de Alfabetización entre 1988 y 1990, afianzó el Pacto Andino que hoy es la Comunidad Andina, implementó un sistema de educación bilingüe en Ecuador y el reconocimiento de los derechos de los pueblos y nacionalidades indígenas.
Revisar sus intervenciones políticas evidencia un giro en el discurso, pero sobre todo en el accionar. Los referentes políticos como Rodrigo Borja, más allá de compartir o no su ideología, tienen que estar presente como estudio para las nuevas generaciones de líderes y en general porque hay una lección que aprender, incluso tras su muerte que ha generado sentidas notas de pesar de quienes en su momento de la historia fueron adversarios u opositores.
Ecuador despide a un estadista, a un político democrático, como dice en su columna Gonzalo Ortiz. Autor de una enciclopedia política, preocupado de las letras y la redacción, incluso cuando era entrevistado.
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El país pierde físicamente a un expresidente, pero sus memorias y legado tienen la oportunidad de conocerse a través del ejercicio educativo que observe hechos y no giros e intereses. (O)




















