La privacidad es ese bien personal que defiende, o debería defender, lo más íntimo del ser humano, es cada vez menos valorado por los consumidores, que permiten que se la vulnere, o ellos mismo lo hacen, con absoluta normalidad y de manera constante.
El dato, que hace mucho ha rebasado la barrera de lo eminentemente estadístico, ahora ha profundizado su proceso de deterioro. Se le da su nombre también cualquier cosa que abone en las referencias de la persona, muchas veces sin reparar en la validación, confirmación, confrontación, que debe ser el motor que lo impulsa. Ergo, muchos chismes son alzados a la inmerecida categoría de dato.
Y el contenido, hay mi pobre contenido, ha sido condenado a las profundidades, a los espacios de confinamiento de la sociedad, banalizándolo sin compasión por quienes llaman como él a cualquier baile, bullying, o curiosidad que hayan captado sobre todo audiovisualmente, ahora que muchos tienen en las manos un smartphone que presta la tecnología justamente para violentar privacidades, imponer medias verdades como datos, y burlarse del mundo con el “nuevo” contenido.
Pero parecería surgir una luz al final de este oscuro túnel de abuso a la privacidad, los datos y vulneración de propósitos de los contenidos. Tan cerca como antier, la Comisión Federal de Comercio de los Estados Unidos ha presentado un estudio en el que ha estado trabajando los últimos cuatro años y optó por reprender a empresas de redes sociales y streaming, tales como Facebook y sus filiales, Amazon y sus gigantes ventas y YouTube, el canal de televisión de la generación Z, que ya no conoce otra forma de ver contenido interesante más que importante. La demócrata Lina Khan, que en esta tarea ha sido aplaudida por los suyos y los republicanos, acusa a esas empresas de no proteger adecuadamente a los usuarios de intrusiones en su privacidad ni a los niños y adolescentes en sus sitios. Mientras, las empresas reiteran su permanente defensa de que en el caso de los niños, ellos no asumen ninguna crítica, porque sus productos no son para ellos y no pueden controlar cómo están accediendo. Irónico.
Las empresas tecnológicas no salen nada bien en este informe que identifica supuestas acciones para no “priorizar sistemáticamente” la privacidad de los usuarios. También para recopilar datos que alimenten nuevas herramientas de inteligencia artificial, que luego usarán esa información íntima como mercancía; y de negarse a afrontar los riesgos potenciales para los niños con el cuento aquel de que “no son mi objetivo”. O “target”, término de jerga militar para identificar al blanco a eliminar y que ha sido tomado “prestado” por el marketing.
Una de las conclusiones importantes de esa investigación es que si no se toman correctivos urgentes, lo que se hace puede poner en peligro la privacidad de las personas, amenazar sus libertades y exponerlas a una serie de daños.
Queda entonces ayudarse a sí mismo, asumiendo estos descubrimientos y tratando de aplicarlos en su mundo íntimo, valorando sus datos y evitando que sirvan para hacer contenidos que muevan la caja registradora de alguien sin escrúpulos. (O)