Basta reparar con detenimiento en una acción que repetimos para captar sus significados. Hace días disfruté de una excepcional película en una sala de cine donde había solamente dos personas. ¿Qué ha sucedido, me pregunté, para que décadas después de consumir este maravilloso espectáculo llegáramos a esto? Y claro, afloran las respuestas en medio de un aluvión de recuerdos. Soy asidua al arte cinematográfico desde mi infancia y podría dar cuenta de las salas de proyección de una Guayaquil tranquila, de la clase de películas que consumíamos de los sesenta en adelante, de las costumbres de una comunidad que escuchaba el himno nacional dentro del cine cuando era fecha cívica.