Ha cambiado la relación entre la obra literaria y la película. A la antigua riña que disputaba si era mejor la una o la otra, lo mejor es leerlas de manera complementaria, sin forzar la competencia. Lo que no le resta nada al desafío de llevar a la pantalla a obras caracterizadas por la sutileza y lo elíptico, lo apenas insinuado, como Pedro Páramo, la gran novela breve de Rulfo, o bien otras igual de breves como La metamorfosis, El extranjero o hasta relatos complejos como Historia de tu vida, el logrado cuento de Ted Chiang que se convirtió en Arrival (o La llegada), así como lo complejo y exuberante, en novelas desbordadas y titánicas donde el principal problema es el descarte: pienso en las películas basadas en novelas como En busca del tiempo perdido o El Tambor de Hojalata, por no dejar a un lado el Quijote y tantas otras novelas contemporáneas que por esa dificultad del exceso todavía no han podido convertirse en películas, pese a algunos intentos, así con Hijos de la medianoche de Rushdie, Meridiano de sangre de Cormac McCarthy o Los inconsolables de Ishiguro. Lo cierto es que asumir una versión cinematográfica será siempre entender que no vemos un traslado literal a la pantalla sino una versión del director.

Una conversación sobre 'Pedro Páramo'

La recién estrenada Pedro Páramo bajo la dirección de Rodrigo Prieto es un acercamiento recomendable frente a las dificultades de una novela tan corta –mi edición no llega a las 150 páginas– pero tan compleja, enrevesada y sugerente como lo es cualquier prosa del lacónico Juan Rulfo. Por ejemplo, lograr el punto en el que los referentes mexicanos del campo de la primera mitad del siglo no parezcan una recreación documental y tópica, aunque sus personajes están ineludiblemente fijados en esa etnografía. Desafío que también resolvió Rulfo, elevándolos más allá. Prieto lo resuelve con un manejo fotográfico impecable y unas libertades fantasmagóricas que no chirrían con su escenario original. Para quienes no estén dispuestos a restarle superioridad a la novela, recomiendo disfrutar la fotografía y las escenografías de Prieto, impecablemente logradas.

Las actuaciones también son notables, con algunos altibajos, como la de Juan Preciado, el personaje que llega al pueblo y dice la famosa primera oración de la novela: “Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo”. Este Preciado debería ser más perplejo y leve, menos enfáticamente sudoroso y descompuesto. Las que se llevan el mérito mayor son las mujeres en el rol de Susana San Juan (Ilse Salas) o Damiana Cisneros (Mayra Batalla). Y sobre el actor que hace de Pedro Páramo, Manuel García Rulfo, no se le puede negar la turbación que siente en los distintos momentos, sobre todo cuando le tocan sus puntos débiles. Pero quizá uno habría esperado que aquel “rencor vivo”, como se lo definía al comienzo de la novela, fuera alguien mucho más palpable en el terreno del mal en el que se movía con su poder omnímodo, aunque transcurriera en las profundidades rurales. De hecho, la película de Prieto humaniza a Pedro Páramo, hace mucho más perceptible la crisis que tiene el personaje en relación a su gran enigma, el de Susana San Juan.

Lectores conocieron más de la novela 'Pedro Páramo'

En donde debo detenerme es en ella. O en ellas, debería decir. Porque uno de los grandes méritos de la novela del escritor mexicano es haber expuesto la dureza real y desgarradora que vivieron las mujeres de ese mundo tan precario y remoto, sin victimización exacerbada ni discurso ideológico –lo que los anglosajones llaman “luxury beliefs”, esas ideas y creencias entre gente de clase alta o privilegiada que se suponen reivindicadores de otras clases, por lo general bajas o marginales, que son las que realmente viven la discriminación y la violencia, y con las que se quieren homologar como si pasaran los mismos sufrimientos. Rulfo habla de la pura realidad en la que muchas de ellas resistieron, sobrevivieron o se hundieron. No hay en la visión de Rulfo, ni mucho menos, esa obsesión “aliade” de hombres desesperaditos en su mediocridad por sumarse al “todos feministas”, para terminar revelándose hipócritas y oportunistas como lo han demostrado los casos patéticos de políticos de izquierda como Evo Morales, Alberto Fernández o Iñigo Errejón. Los hombres en Pedro Páramo tampoco terminan bien parados. Todos sufren. En el caso de Susana San Juan, la película le da un ligero énfasis que vuelve más visible el conflicto. Quizá aquí se produce una resta, paradójicamente, por exceso. En la película no queda la menor duda de que Susana San Juan ha sufrido incesto por su padre, entre otros vaivenes de una vida supeditada a la disposición de su familia y de hombres como el mismo Pedro Páramo.

Hay una voluntad de claridad en la película de Prieto, lo que el grado de complejidad elíptica y sugestiva de la novela no tiene. Los murmullos por los que se desplaza la prosa de Rulfo en su novela es el puro arte combinatorio de saltar tiempos, miradas, ecos, entre un sinnúmero de personajes abocados a una suma en la que todo se acumula hasta llegar al desmoronamiento final de Pedro Páramo, desmoronamiento “como si fuera un montón de piedras”, escribe Rulfo en la línea final, y que en la película, al caer el actor, se convierte en un levísimo sonido de fondo de piedras desmoronándose. No alcanza el efecto sonoro. Quizá porque la novela es precisamente una suma de piedra tras piedra narrativa apenas sostenidas por el aliento lector, la contigüidad, las correspondencias, la desesperación por comprender, una argamasa fragilísima que sostiene a fantasmas y almas en penas que son resultado de las pulsiones sexuales, las tradiciones, las creencias, la Iglesia, el Poder, los Caciques, pero sobre todo la incomprensible y enigmática naturaleza humana que no habla, o habla sin llegar a decir o que dice cuando es demasiado tarde. Quizá siempre es demasiado tarde y allí, cuando algo se ha perdido, todo debe recomponerse, palabra sobre palabra como piedra sobre piedra. (O)