Adaptando y duplicando la vieja frase del manifiesto más citado y menos leído en el mundo, se puede afirmar que hay dos fantasmas que recorren América Latina. La inseguridad y el autoritarismo dan vueltas por todo el continente. Debido a que los dos van tomados de la mano y se retroalimentan en un juego perverso, forman un monstruo de enormes dimensiones que se llama erosión de la democracia. Cada uno golpea a componentes básicos de este régimen político y en conjunto ambos lo debilitan hasta el punto de llevarle a su límite más bajo y lo más grave es que eso sucede con el apoyo entusiasta de la ciudadanía.

Elecciones 2024 en América Latina

El reciente triunfo arrollador de Nayib Bukele en El Salvador es la más cercana expresión de esa deriva autoritaria. El encarcelamiento masivo de los miembros –reales o supuestos– de las pandillas o maras fue premiado con el voto masivo de una población que estuvo dispuesta a sacrificar elementos básicos de su propia protección (como la presunción de inocencia y el debido proceso) a cambio de un aspecto parcial de la seguridad. A esa misma población y a las autoridades correspondientes (colocadas a dedo por el presidente) no les importó que la candidatura de Bukele violaba la prohibición constitucional de la reelección. Tampoco le dieron importancia a la autoproclamación como triunfador hecha antes de que comience el conteo de votos que, por si algo faltara, estuvo plagado de irregularidades.

Ese sentimiento es el que alimenta al bukelismo que va ganando terreno en América Latina...

En un solo acto, el mandatario, la población y las autoridades electorales y judiciales llevaron al país centroamericano a un nivel muy cercano al punto en que dejaría de calificar como democracia. Si se hubiera restringido al avasallamiento de las instituciones y al manejo caudillista y demagógico, se habría configurado lo que Guillermo O’Donnell denominó democracia delegativa. Pero la constante violación de aspectos sustanciales del Estado de derecho, la manipulación electoral y el consecuente debilitamiento de la competencia política lo colocan en el campo de lo que algunos autores denominan democracias iliberales y otros, con mayor precisión, autoritarismos competitivos. De cualquier manera, más allá de la denominación que corresponda, lo cierto es que El Salvador se ha situado en un punto muy cercano al que se encuentran desde hace tiempo Nicaragua y Venezuela y al que se habría sumado Bolivia si hubiera triunfado el fraude de Evo Morales. Ha llegado desde otra dirección, pero el lugar de confluencia es el mismo.

Caos en el recuento de votos de las elecciones de El Salvador en las que Bukele se proclamó ganador, mientras la oposición pide anularlas

La implantación del autoritarismo en El Salvador no se hizo en nombre de una revolución. Más sutil y efectiva que cualquier utopía ideológica fue la apelación a un sentimiento como el miedo, que se convierte en pavor cuando es masivo. Ese sentimiento es el que alimenta al bukelismo que va ganando terreno en América Latina e incluso en muchos países europeos. Los pedidos y las ofertas de mano dura, incluida la instauración de la pena de muerte, ya son partes consustanciales de las campañas electorales en todo el continente. Además, son un aliciente para los outsiders que prometen derrumbar todo el entramado legal e institucional, sin diferenciar la paja del trigo al estilo de Milei, aunque con ello se lleven los pilares de la democracia. Es una fiebre que subirá si se concreta el retorno de Trump a la Presidencia de los Estados Unidos. No son buenos tiempos para la democracia. (O)