Para nadie es ajeno que nos encontramos en una situación calamitosa de seguridad, este virus que se llama crimen organizado ha hecho simbiosis, alcanzando las más altas esferas de la raquítica política ecuatoriana, de la justicia, de nuestro diario vivir. Para cuando estoy escribiendo esto ya han sido sentenciados jueces, abogados, miembros de comisiones, dentro del Caso Metástasis, y estamos a puertas de iniciar el Caso Purga. Los ejemplos perfectos de cómo el crimen organizado se ha maridado con nuestro Estado; ya lo advertía como profeta tiempo atrás el querido y extrañado Pacho Huerta.

Sin embargo, hoy, en otra faceta de lo que sufrimos los ecuatorianos, nos encontramos con el populismo penal de frente, como en el circo romano nuestros grandiosos asambleístas se ponen a discutir sobre el endurecimiento de las penas, como respuesta del clamor popular para captar votos futuros, pero ahora desde un área sensible, nuestros niños y nuestros jóvenes, nuestro tan anhelado futuro.

Ahora que sufrimos de extorsiones, secuestros, asesinatos, narcotráfico, ahora queremos sentarnos tan sueltos de huesos a debatir sobre si los menores de edad deben ser juzgados como adultos, ahora que la criminalidad se ha tomado nuestro futuro a falta de políticas públicas, ahora sí queremos sentarnos a discutir sobre cómo castigar a nuestros jóvenes, nosotros necios adultos que les fallamos, queremos que sean juzgados como adultos, porque por nuestra culpa y egoísmo nuestros niños empuñan un arma y no un libro, porque a nuestro Estado más le preocupa si la culpa es de Correa, de Lasso, de Noboa o de la vaca.

Ahora que nuestros niños sueñan con ser los nuevos “Pablo Escobar”, porque nunca fuimos lo suficientemente precavidos para pasar por televisión conciertos de verdadera música (no la del conejito malo) o películas con un contenido moral y alguna enseñanza, preferimos llenar nuestro contenido televisivo de novelas que romantizan el narcotráfico, les vendieron muñecas de la mafia, patrones del mal, y demás porquerías, y ahora sí estamos dolidos con el resultado de lo que les vendimos como un futuro de vida, a esos, nuestros niños, que en vez de empuñar un helado y un juguete, los pusimos a bailar reguetón, mientras borrachos aplaudíamos su hipersexualización.

Ahora sí los queremos responsabilizar a ellos, del abandono de los padres que forzados por una economía precaria los tuvieron que encargar con un vecino y encontraron la protección y el amor de una familia en las pandillas. Por culpa de nuestro egocentrismo político, ahora nosotros los adultos “responsables”, que les arrancamos sus sueños, sus esperanzas, su futuro, ahora queremos la horca para ellos, porque nuestro experimento social-político está fallido, y es preferible volverlos un “nadie” que responsabilizarnos de nuestras decisiones.

¡Pero claro que sí! ¿Cómo no?, cómo no vamos a aprovechar la sed de venganza social, condenando al infierno para siempre a nuestros “pequeños delincuentes” que como se metieron hacer cosas de adultos, que sean juzgados como tales. Es tan aberrante decir esto como castigar a un niño que metió los dedos en los enchufes porque nosotros adultos responsables le dijimos que lo haga. (O)