Hace un par de semanas nos dejó Rina. Para muchas de nosotras, quienes pasamos por sus aulas, o por su mirada aguda, o por su sonrisa cariñosa, la noticia cayó con el peso de una pérdida que te derrumba suave: no con ruido, sino con un silencio que se queda rondando algunos días. Y, sin embargo, cuando pienso en ella no siento tristeza, sino gratitud. Rina fue la profesora que me enseñó a pensar mejor, a argumentar mejor, a leer mejor… y también a enseñar mejor.
Rina es de esas personas que no necesitan apellido. Con decir su nombre basta para que todas sepamos de quién hablamos. Y digo es, no era, porque hay vidas que continúan brillando aun cuando prescindimos de su presencia física.
En los exámenes de Rina, casi todo era “Falso”. Teníamos que justificar, explicar, argumentar. Ella sabía, con esa mezcla de perspicacia y vocación docente, que obligarnos a decir por qué era la única manera de asegurarse de que realmente sabíamos más. De paso, creo que disfrutaba un poquito viéndonos sospechar y dudar de absolutamente todo. Rina fue la precursora del fact-checking académico mucho antes de que se pusiera de moda.
Pero lo que realmente marcaba la diferencia no era el contenido de sus clases, sino la forma en que las impartía. Tenía esa rara combinación de rigor intelectual y calidez humana; y una habilidad increíble para hacernos creer que comprender la complejidad del mundo, a nuestros cortos 16 años, no solo era posible, sino maravilloso y hasta adictivo. Te exigía al máximo, pero te hacía sentir capaz. Te corregía con firmeza, pero sin humillarte jamás. Tenía el talento de mirar a una estudiante y ver no lo que sabía, sino lo que podía llegar a saber.
Hoy como profesora universitaria reconozco en mis propias prácticas pequeñas semillas que Rina dejó en mí: la insistencia en el pensamiento crítico, la importancia de la ética como brújula, el gusto por los debates bien argumentados y la necesidad de conectar los hechos del pasado con lo que sucede hoy. Incluso lo veo en alguno que otro examen con preguntas que parecen simples, pero no lo son. “Si es Falso, justifique su respuesta”.
Rina nos contagió su pasión por las ciencias sociales y las humanidades. Nos transmitió su amor por el Ecuador con todas sus virtudes y defectos. Nos enseñó que la ciudadanía responsable se construye desde la conciencia individual sobre derechos y deberes, con honestidad y respeto incluso sin supervisión, y con formación cívica (asignatura casi olvidada en nuestro país). Nos enseñó que los fenómenos históricos y políticos son inseparables de las personas, sus decisiones, sus temores, sus ilusiones. Nos enseñó que estudiar la sociedad es, en el fondo, un acto de empatía.
Rina dejó huellas muy marcadas en nosotras. Estoy segura de que hablo por muchas.
Hoy la despedimos, pero, de cierta forma, Rina se queda. Se queda en nuestras aulas, en nuestras profesiones, en nuestros cuestionamientos y, de alguna manera, en nuestra forma de ver el mundo. Rina está en esa vocecita interna que, cuando creemos que algo es obvio, y absolutamente evidente, nos dice muy bajito: “¿Estás segura? Justifícalo”. Gracias, Rina. Por tanto. Por todo. (O)













