Hay una gran expectativa global por los cambios que están sucediendo actualmente en los Estados Unidos.

Los medios de comunicación de todo el mundo muestran y analizan, en sus primeras planas o en sus noticieros estelares, la política interna e internacional que está aplicando el presidente estadounidense Donald Trump –quien regresó al poder luego de su administración entre 2017 y 2021 y vencer a Kamala Harris en las elecciones de noviembre de 2024– y sus efectos en el resto del mundo.

Cunde la desconfianza y la frustración. “Patear el tablero”, “destruir el derecho internacional”, “fracturar a los organismos multilaterales”, “abusar de la fuerza o de la amenaza del uso de la fuerza”, “confrontar como mecanismo de negociación”, “imponer medidas coercitivas” o “intervenir en asuntos internos”, hoy por hoy, son algunos de los términos más utilizados en los centros de decisiones nacionales e internacionales. Sin duda, el sistema internacional está fracturado y los acuerdos y convenciones que negociamos para salir de los conflictos y las crisis se han dejado a un lado, para dar paso al predominio del poder.

Vivimos, como aseveraba hace unas semanas en esta columna, en una era de “incertidumbre radical”, donde la globalización aparentemente ha terminado y el patrimonio de la fuerza es el imperativo en las relaciones entre las naciones.

Frente a los graves problemas que confrontan muchos países, entre ellos el Ecuador, se puede observar una polarización violenta y la incapacidad de lograr acuerdos mínimos para alcanzar soluciones inteligentes.

Para muchos, estamos llegando al fin de la era de la “democracia liberal”,

entendida como un sistema de contrapesos entre poderes que permite la vigencia de los derechos individuales y colectivos, la libertad de prensa y de expresión, el respeto al derecho y la convivencia pacífica.

Muy tribal me parece que los pueblos, cuando sienten que los gobernantes les han fallado y que necesitan visión y seguridad de su futuro, estén dispuestos a sacrificarlo todo por la solución de sus necesidades vitales. Por la seguridad, bienestar, educación y salud, están dispuestos a sacrificar sus libertades individuales. No se necesita el imperio del comunismo ideológico cuando impera la aceptación de las dictaduras.

Hoy, prevalece el bulling y las leyes y reglas se flexibilizan para dar paso al poder.

Ese autoritarismo es hoy internacional y trae consecuencias imprevistas para muchos países y sus pueblos, que en realidad nada tienen que ver con la constelación de confrontaciones entre poderosos. Hay un aforismo africano que dice “Cuando dos elefantes pelean, quienes más pierden son la hierba y las hormigas”.

Pero no dejo de ser un eterno optimista. Esta era de la paranoia del poder pasará cuando los gobernados retornen a ver que sus derechos han desaparecido y prefieran que prevalezcan los mecanismos que hicieron posibles las democracias auténticas. (O)