Te conocí en el 92 mientras, obligado por un trabajo de investigación de la escuela, navegaba por las páginas del Tomo 9 de la colección Forjadores del mundo contemporáneo (Ed. Planeta, 1985), que mis padres tenían en sus estanterías. Ahí vi por primera vez tu cara y tu nombre: Robert Oppenheimer. Tu fotografía estaba junto a una de la explosión en Nagasaki. Debo confesarte que mi primera impresión fue la de un científico demente y villano por ser la persona que había inventado el horror de la bomba atómica.

Luego de eso conversamos algunas veces, pero la más memorable fue la última vez, hace poco, en el cine. Nunca olvidaré esas tres horas que derrumbaron los prejuicios que tenía sobre ti y que, principalmente, me hicieron entender que tengo más cosas en común contigo que con héroes acartonados e infalibles. Y es que eres un héroe real, de carne y hueso. De esos que temen, sufren, se equivocan, sudan, se contradicen, insultan y, de vez en cuando, hasta corrigen.

Esta carta es para decirte que admiro esa profunda humanidad que te hace real y relacionable, aunque inalcanzable. Y empiezo por lo menos importante: tu clase, o como decimos aquí en Guayaquil, tu caché. Tu apariencia de cowboy intelectual es épica. Desde la corbata media corta hasta el terno ligeramente holgado, pasando por el sombrero de cuero con tira negra y la inexorable pipa. Apariencia que, además, combina a la perfección con tu actitud exploradora, desafiante, presumida y contestataria, pero científicamente impecable y elegante.

“Me he convertido en la muerte, el destructor de mundos”: quién fue Robert Oppenheimer, el arrepentido padre de la bomba atómica

Luego está lo más importante: fuiste un hombre de ciencia. Tus contribuciones en la rama de la física cuántica son suficientes para entrar al panteón de los genios que están en Forjadores del mundo contemporáneo. Sin embargo, no solo estuviste a la vanguardia de la física sino también de la política, del arte y de la filosofía de la ciencia. Desde tus citas al Bhagavad Gita, hasta tus críticas a las desigualdades sociales en el mundo, tus pensamientos influenciaron a generaciones de políticos, científicos y artistas hasta el día de hoy.

(...) fue perseguido y humillado por aquellos que, en su momento, te exigieron dejar todo de lado y construir la bomba.

Pero es que, además de todo lo anterior, fuiste un hombre de acción. Querías que tus pensamientos se concreten en mejoras específicas para el planeta y las personas a tu alrededor. Desde organizar sindicatos de profesores universitarios hasta soportar el peso y el honor de liderar el proyecto que te marcaría de por vida: el proyecto Manhattan. En medio de una guerra mundial y de avances científicos que todavía no se lograban dimensionar, lograste liderar, entre otros, a Szliard, Fermi, Teller, Lawrence y controlar a Feynman, para cumplir con tu deber de crear una bomba de fisión nuclear con una capacidad de destrucción exponencialmente mayor a todas las armas anteriormente diseñadas. Lo lograste, por supuesto, y tu éxito fue tu posterior desgracia. El padre de la bomba, como te conocen hasta hoy, fue perseguido y humillado por aquellos que, en su momento, te exigieron dejar todo de lado y construir la bomba.

Eres una persona de acción y de reflexión como pocos, muy pocos, lo han sido. Y, al hacerlo, desafiaste a toda la humanidad y nos diste un héroe de verdad.

Gracias por todo, querido Oppie. (O)