El grado de maldad, de corrupción, de falta de vergüenza, de descomposición moral a la que hemos llegado no es una cuestión secundaria, ni una realidad que pueda taparse con facilidad.

La imaginación para hacer el mal es muy grande. Mientras unos luchan por ser mejores, otros se esfuerzan por depurar sus técnicas para matar. Unos van a las escuelas, colegios y universidades; otros, a las escuelas de sicarios. Unos depuran sus técnicas de incendio para ejecutarlas si las víctimas no les pagan las vacunas, otros se van del país huyendo de la violencia. A los vendedores informales ubicados fuera de algún hospital en Guayaquil los vacunadores les piden un dólar diario para dejarlos trabajar. Algunos periodistas muy “críticos” y aprendices de periodistas son hiperlambones. La ambición por el dinero enloquece a muchos. Otros exhiben sus riquezas ilegítimas sin ninguna vergüenza. Algunos seres humanos se presentan como personas dulces y maravillosas, enamoran a sus víctimas y luego se destapan como verdaderamente son: maltratadores físicos y/o psicológicos, practicantes de brujería a diestra y siniestra para que las víctimas no los dejen; y si los dejan, les envenenan el alma a los hijos, con lo cual destruyen sus vidas.

Mar de impunidad

Hay también por el mundo personas que transitan llevando sus conflictos a todos los trabajos, dañando el ambiente, el clima laboral.

El maltrato infantil y el abuso sexual se han convertido en una práctica maldita cada vez más frecuente.

Los gobiernos se esfuerzan por protegernos, pero la proporción de la delincuencia común los supera. Trotar por las calles, pasear a las mascotas son ahora actividades riesgosas. Y de remate estamos condenados a la indefensión: las armas son un privilegio de los delincuentes y un “peligro” para los ciudadanos comunes, pues ellas pueden desencadenar una cultura de “violencia”.

¿Por qué arde Troya?

El panorama descrito es de ponerse a llorar. Pero ¿cabe vivir en la cultura del lamento?; ¿o podemos hacer algo para cambiar esta trágica realidad?

Me parece que sí es posible superar esta realidad, pero a largo plazo. Y hay que empezar por la familia y la educación. Los padres deben luchar por hacer de la familia un refugio de amor y de paz; deben brindar confianza, seguridad a sus hijos, hacerlos sentir queridos, y así los despreciables que andan por ahí no les puedan lavar el cerebro; las maestras y maestros de escuelas y colegios deben tomar conciencia de que su trabajo es un verdadero apostolado. Ellos tienen la oportunidad de acrecentar en los niños/as el amor propio, los buenos sentimientos, la importancia de ser nobles, luchadores y solidarios, de enrumbarlos por el bien, de enseñarles que los logros se consiguen con esfuerzos, sin engaños, sin trampa. Los barrios deberían unirse de verdad e idear formas de organizarse y contribuir a luchar contra la delincuencia, empezando por crear un chat grupal, enseñar defensa personal; los municipios deberían impulsar escuelas de box y artes marciales, lo cual alimenta el espíritu deportivo y combate la drogadicción. Y todos los gobiernos: racionalizar el gasto público. ¿Qué le parece? (O)