“Si tú vienes a cualquier hora, nunca sabré cuándo preparar mi corazón...”. Así explica la puntualidad Antoine de Saint-Exupery en su libro El Principito. El tiempo es un concepto fascinante, rige la vida de todas las personas y la puntualidad es un valor que construye confianza.
El tiempo fluye como agua entre las manos, podemos usarlo o dejarlo escapar. De hecho, existe una metodología llamada Justo a tiempo (JIT, por sus siglas en inglés just in time), en poquísimas palabras es hacerlo a la hora acordada y según lo prometido. Esto implica no actuar con anticipación porque puede incomodar, ni actuar tarde porque generará retraso e insatisfacción. Veamos un ejemplo: si una carnicería compra 15 kilos de carne cada viernes, pero el proveedor decidió entregar los 15 kilos el día miércoles, forjará incomodidad; pero si el pedido llega el día domingo, creará pérdidas. De ahí que los países más desarrollados practican la puntualidad.
Justo a tiempo y según lo acordado son acciones que consolidan la confianza individual y colectiva; varias investigaciones señalan que la puntualidad en los servicios es apreciada por los usuarios y se la asocia con la percepción de calidad. Por ejemplo: que un vuelo despegue a la hora prevista, que el tren llegue a la estación a tiempo; son acciones en las que se han empeñado las administraciones de megaciudades del mundo. Así, la puntualidad es una carta de presentación.
El establecimiento y la conservación de horarios en la comida y el sueño son parte de los elementos que construyen infancias saludables y equilibradas.
Aprender la puntualidad empieza temprano, cuando la madre asigna horas para que el bebé tome su alimento y duerma. El establecimiento y la conservación de horarios en la comida y el sueño son parte de los elementos que construyen infancias saludables y equilibradas. En la etapa escolar, el niño se enfrenta a los horarios institucionales; se le demandará que llegue y actúe con puntualidad. Pero, para que un estudiante llegue a tiempo, se requiere de un entorno familiar que lo apoye y estimule. Aunque hay espacios educativos con “horarios flexibles”, dicha práctica no prepara al educando para las exigencias del mundo al que deberá enfrentar. Así como la planeación de horarios en función a las metas de cada día, semana, mes o año.
El aprendizaje temprano del valor de la puntualidad y su práctica nos habilita para el ejercicio profesional; todas las empresas quieren en sus equipos a personas puntuales. Para construir un entorno puntual, se requiere conciencia de nuestro lugar en un espacio y en relación a los otros; también implica conocer los horarios y procesos de cada persona con la que se va a relacionar.
Una institución puntual respeta el horario de sus colaboradores, lo que reduce el estrés; es decir, desaparece esa sensación de impotencia, urgencia, miedo y malestar. Cuando todo el grupo es puntual, las relaciones humanas mejoran y permite que la organización de una institución fluya y las metas se consoliden.
Enseñar y practicar la puntualidad traerá beneficios individuales y colectivos. De ahí que nos vendría bien un JIT en las aulas, las instituciones, las empresas y el barrio. (O)