Nunca estamos listos para respondernos las preguntas esenciales. ¿Qué es la antropología? ¿Cuántos años vivimos sin tener respuestas? Parthenope Di Sangro (la actriz que la encarna es Celeste Dalla Porta) mira el mar. A sus espaldas, Nápoles preserva el encanto mitológico de sus siglos. Porque toda gran ciudad que arde tiene un mito fundacional: tras la guerra de Troya, Ulises se ata al mástil de su barco para no correr tras el canto de las sirenas, que desencantadas de su poder ya solo aparente, se lanzan al mar. El cuerpo de la sirena Parténope llega a una orilla y allí es enterrada, bajo la sombra del volcán que amaba. De su sepulcro brota la más poblada ciudad del sur de Italia.

Hace algunos años me pregunté cuál podría ser el gran amor de Paolo Sorrentino. Creo que tengo más pistas, pero también empiezo a comprender que esta duda ya no importa. ¿Qué es un gran amor? ¿Qué es un mito fundacional? Nunca he podido responder esta pregunta esencial: ¿Cuál es mi escritor preferido? No lo sé. Sé, con intuición acuática, que mi cineasta indispensable es Paolo Sorrentino y que tantas decisiones, ¿y naufragios?, han sido una consecuencia de sus obras. Desconozco hasta qué punto este amor al cine ha sostenido mi vida y me conforta ante las grandes ausencias que deja el paso del tiempo (me parece que a ti, abuelo, que tanto amabas a Federico Fellini, esta película te hubiese encantado).

Parthenope Di Sangro dice que no sabe nada, solo le gustan los temas, le conmueven. A su edad es muy difícil saber por cuál de los caminos está la gloria, la felicidad, el dinero, la tristeza, el amor, la estabilidad, la decadencia, la soledad, la muerte o la posibilidad de redención. A veces son, solo, las grandes tragedias lo que nos enseña el camino. Hay quienes son capaces de seguirlo y reinventarse. No todos, porque también se perece. Paolo Sorrentino construye, con este personaje, un monumento a la libre determinación de las mujeres, a su poder para romper los mitos y las culpas, a la refundación de su rol entre el falso o impuesto destino de ser un objeto del deseo para ser un pensamiento expansivo como el agua.

John Cheever (Gary Oldman, genio y figura), que tiene intactos los ojos del alma y por eso llora, advierte la existencia de ese poder. Y no quiere robar un instante de tiempo a quien es joven. La vida intelectual puede ser muy solitaria y por eso mismo es valiosa. ¿Qué es un mito? ¿Es posible reescribirlo? ¿Para esto nos sirve la antropología? Parthenope transita entre los decumanos, esas estrechas callejuelas del centro de Nápoles, para ver. La lección de Sorrentino, más explícita que en otras ocasiones, es acerca del poder de la mirada, que solo es real cuando todo lo demás se aparta: incluso o sobre todo el amor, que como otros sueños de juventud, puede ser ceguera.

Entonces Sorrentino, que es un genio querido, puede recordarnos que los milagros de los santos son, fundamentalmente, experiencias estéticas y, en ese sentido, tan hedonistas como paganas. Pero eso, el goce y la misma belleza, también desaparecen en aquel horizonte en donde se termina el mar y comienza algo, como una brisa de colores lejana e inalcanzable. Quizá solo nos queda ser generosos y compasivos, así como el costoso aprendizaje de que aquello que se nos presenta como tragedia o monstruosidad, puede ofrecernos el sentido que nuestra vida necesita, para seguir enteros y fundar ciudades. Hay que aprender a ver. ¿Qué es la antropología? Y entonces uno comprende que siempre nos orientó más la pregunta que la respuesta. (O)