Los resultados de las dos vueltas presidenciales demostraron que la polarización es la característica más notoria de la política nacional. No es una disputa ideológica entre izquierda y derecha, mucho menos entre autoritarismo y democracia. No solo en esta, sino en las tres últimas campañas, tan conservadoras y tan poco progresistas fueron las propuestas de los unos como las de los otros. Asimismo, el respeto y la defensa de la democracia se limitó en ambos casos a las frases de uso tan común que pueden usarlas un Maduro o Bukele. Lo que está en el fondo es lo que en la ciencia política contemporánea, apoyada en la psicología, se denomina polarización afectiva. Esta se explica más por sentimientos que por adscripciones a corrientes ideológicas o a propuestas programáticas y que tiene como uno de sus alimentos a la personalización de la política.

Construir un mejor país

Obviamente, las ideologías existen, pero no son el factor explicativo de fenómenos sorprendentes como fueron los resultados de las dos vueltas de la reciente elección. Según las cifras del Barómetro de las Américas, más de la mitad de los votantes ecuatorianos se ubican en el centro de la escala ideológica. Si bien los extremos se han fortalecido, su peso es insuficiente para explicar una confrontación como la que se observó en esta ocasión. La división del electorado en dos partes exactamente iguales en la primera vuelta, cuando había opciones de todos los colores, no puede ser atribuida a las ideologías.

Déficit, aranceles y dólar (parte 2)

Hay dos razones que hacen necesaria la consideración de esta realidad. La primera es que, si se mantiene, estaremos condenados al eterno enfrentamiento entre caudillos y no entre verdaderos programas de gobierno. La segunda es que seguiremos buscando soluciones en donde no existe alguna posibilidad de cambiar la situación. Un ejemplo a la vista –y con el que nos entretendremos en los próximos meses– es el de la reforma constitucional. Ya se ha lanzado la idea de convocar a una constituyente. Lo más probable, aunque no inevitable, es que esta deba conformarse por medio de una elección, lo que significaría que los grandes decisores serían los odios y los amores. A esto habría que añadir la posibilidad de que sea necesario un referendo para su aprobación, con lo que daríamos una vuelta más en esa espiral de sentimientos encontrados. En esas condiciones no cabría esperar un resultado positivo, ni siquiera algo relativamente mejor que la de Montecristi.

Proyecto país

Sin embargo, la reforma constitucional puede ser el inicio del camino hacia la superación de ese tipo de polarización, tanto por sus contenidos, que deberían restringirse a los asuntos de mayor trascendencia y no aspirar al cambio total, como por la modalidad que se utilice para hacerla. Aunque suene elitista, cabría comenzar por desechar la idea de la constituyente y buscar una forma que asegure el predominio del conocimiento sobre la demagogia. Hay muchas experiencias en el mundo y en nuestra historia que deben ser evaluadas como alternativas para escapar de la ingenua y fantasmagórica idea roussoniana de la encarnación del interés general. No es imposible combinar la representación política ya existente con un cuerpo calificado que aporte el conocimiento que generalmente no acompaña a quienes consideran que deben poner por delante los odios y amores. (O)