Si un hijo varón de una familia de ilustres profesionales, con poder adquisitivo alto, anuncia a su familia que va a estudiar trabajo social, lo más probable es que después del asombro intenten disuadirlo, que no es la carrera adecuada para su futuro y menos para la familia que pueda formar. Definitivamente, hay que convencerlo de que existen mejores oportunidades de progresar en la vida que eligiendo carreras, que además de ser muy mal retribuidas, no gozan del prestigio que da avanzar en los estudios académicos. Quizás es por eso que generalmente se llama activistas a los que tienen labores destacadas en lo social. Pocos dirán que es un profesional. Y la sociedad los admira como quijotes o los rechaza por lo mismo. Hacen falta, pero los consideran una excepción. Un adorno útil.
Hay cada vez mayor demanda de trabajadores sociales, pagados muchas veces con el sueldo básico. ¿Cómo se explica ese desfase?
Algunas universidades que tienen esa carrera en su pénsum valoran si mantenerlas o no, pues no aporta suficientes réditos económicos y parecen no aportar el suficiente brillo que su prestigio demanda.
Y sin embargo… Exigimos a los políticos que se ocupen de los problemas sociales, que los conozcan, los aborden, ayuden a resolverlos y aporten creatividad en las soluciones.
Sería interesante tener un o una trabajadora social presidente de este país. Quizás las cosas irían mejor. Porque lo que caracteriza a esa profesión es su constante ir y venir entre lo académico y la realidad dura y provocante que cuestiona los saberes más consolidados en una interacción desafiante y creadora. Su trabajo es directamente con los seres humanos, inesperados en sus conductas, en sus afectos, en sus logros y en sus decisiones. Ese ser humano que no puede vivir solo y a su vez inventa sociedades muchas veces excluyentes. Que afirma la igualdad y desconfía de la diversidad. Que hace de las armas, las drogas el primer gasto en el mundo y relega la educación y la salud.
Hay que tener claro que los problemas políticos y sociales de nuestro país y del mundo están conectados con nuestra vida interior, con el sentido de la vida, con conductas personales y colectivas, con valores.
¿Hacia dónde vamos? Los trabajadores sociales no solo piensan el futuro que nos espera, sino que trabajan con él en la inmediatez de lo cotidiano de los seres humanos enfermos, sin recursos, con conflictos de todo tipo, con ancianos, con madres adolescentes, con los niños abandonados, con los que tienen conflictos laborales, con los migrantes… para los cuales hay que encontrar respuestas que requieren acciones políticas, no solo parches.
Los trabajadores sociales son por naturaleza cuestionadores, mezcla de filósofos pacientes e ingenieros impacientes. Son seres humanos puentes, con vocación de mediadores.
Su accionar tiene plazos cortos, muchas veces requiere acciones inmediatas, su foco son las personas y sus problemas. Una profesión que en lugar de suprimir debería ser ampliada, en sus posibilidades formativas, en los desafíos que plantea a las otras profesiones con las que está llamada a complementarse, en su conocimiento vital de las necesidades profundas de la población. Una profesión que necesita ser reconocida académica y económicamente. (O)