Las Naciones Unidas definen como jóvenes a las personas del rango etario entre los 15 y 24 años, sin embargo, en otros contextos este rango puede ampliarse hasta los 35 años de edad. Se habla también de la adultez temprana al lapso inicial de la vida adulta, comprendida entre los 21 y los 40 años de edad. A mis 32 años lo que sí es seguro es que pertenezco al grupo adulto temprano que se encuentra en su plena capacidad, con una aspiración de llegar al pico de su potencial a los 40 años. Y aunque me encuentro “en una edad en la que me quiero comer al mundo”, el desarrollo de mis competencias depende de factores sociales, económicos, culturales, institucionales y políticos.
Según datos de las Naciones Unidas, más del 50 % de la población mundial corresponde a personas del grupo etario que no supera los 30 años de edad. Asimismo, la participación juvenil en puestos de liderazgo público o parlamentario no supera el 3 % y de este mismo porcentaje solo el 1 % de dicha participación corresponde a las mujeres. Las cifras revelan que idealmente me encuentro en un segmento femenino prioritario a considerar para aportar a una ciudadanía democrática participativa.
El escenario se muestra como un ambiente ideal de oportunidades de “vacantes” para el crecimiento femenino, pero la realidad es otra. Comparando el Informe global sobre la brecha de género del Foro Económico Mundial, la puntuación global de 146 países estudiados solo ha mejorado 0,3 puntos porcentuales comparado con el año anterior. Al ritmo actual, se necesitarán 169 años para cerrar la brecha de género en participación y oportunidades económicas a nivel mundial, rescatando que 9 países del mundo solo están a menos de 20 puntos de hacerlo.
En el sector privado el escenario se ha deteriorado en perjuicio de la participación femenina, detonado principalmente por las crisis económicas. El primer golpe se inició con la pandemia, muchas mujeres se vieron forzadas a elegir entre su desarrollo profesional y el cumplimiento de las tareas no remuneradas. Actualmente, aunque positivamente se habla sobre la incursión femenina en nuevos espacios como el STEM, también ha incrementado la referencia sobre “mujeres que reingresan al mercado laboral” ya existente.
De igual manera, existe data global preocupante que revela que, aunque existe casi una paridad de participación femenina (46 %) y masculina (54 %) en puestos laborales de nivel inicial, la representación femenina cae al 25 % en puestos de alta dirección. Además, se percibe una contracción, por primera vez en los últimos 8 años, del incremento de 1 punto porcentual del liderazgo femenino, regresando en el cierre de 2023 a la tasa del año 2021. Urge analizar el desarrollo del liderazgo femenino nacional, ¿en qué nivel jerárquico se encuentran las mujeres más innovadoras y eficientes dentro de sus organizaciones?, ¿mayoritariamente cuál es el perfil de las mujeres que ascienden?, ¿las que saben seguir órdenes, las recomendadas o las que impulsan un liderazgo femenino juvenil? Que más tarde no nos sorprenda la alta rotación de personal femenino capacitado o la fuga de talento nacional porque para quien es consciente, el tiempo es limitado. (O)