El antagonismo, la violencia, la confrontación radical y la polarización hacen parecer a estas elecciones una lucha fratricida y no una contienda democrática que nos debería llevar a opciones de gobernanza que definan un mejor futuro de la nación.
Los problemas que enfrentamos nos tienen en el filo de despeñadero. Parecería que asistimos a un suicidio colectivo y no a un proceso electoral de optimismo en el futuro.
Se votará, no con la consigna de lo mejor, sino de lo menos malo. No es nuevo, esto nos ha ocurrido durante las últimas elecciones presidenciales y es la razón medular por la cual no vemos la luz al final del oscuro túnel, resultado de las incapacidades de entendernos como ecuatorianos o simplemente como seres humanos.
La desinstitucionalización, inducida o agravada por la polarización política, ha hecho que el país y su pueblo se sientan incapaces de decidir democráticamente su futuro y miren con desprecio a los actores políticos, las instituciones y los fundamentos de la nación.
El inmovilismo, producto de estas confrontaciones estériles, aniquila las posibilidades de acuerdos mínimos para las soluciones de los problemas más acuciantes del país: la inseguridad, el narcotráfico, la pobreza, el hambre, la educación, la salud, el desempleo, no se diga el cambio climático que destruye nuestras carreteras o nos deja sin electricidad, la destrucción del sector petrolero y la inexistencia de sistemas médicos y de salud que funcionen.
Polarizados, sin base ideológica, sino con emociones encontradas, llegaremos al día de las elecciones con los ojos puestos en el retrovisor y sin mirar hacia adelante.
El pasado impera ante la incapacidad de enfrentar el futuro.
Más allá de las fronteras del Ecuador, los mismos dilemas de la polarización han dado rienda suelta a la guerra contra la cultura, a la radical incertidumbre, a las acciones violentas contra la institucionalidad democrática.
Absortos asistimos a la destrucción de un multilateralismo que nos ha dado 80 años de paz y que con todos sus defectos nos ha permitido evitar millones de muertes y la destrucción de continentes enteros. Parece más bien que quien dinamita las instituciones recibe la admiración del pueblo.
Hay muchas personas que piensan que un acto irracional puede convertirse en la redención, como que de las cenizas de la nación nacerá el ave fénix de un futuro promisorio.
Necesitamos un sacudón democrático que supere los ataques arteros y busque el imperio del derecho y el renacimiento de la fe en el Ecuador.
Depongamos las actitudes de confrontación para buscar senderos de diálogo y entendimiento para enfrentar los graves retos que tenemos como pueblo. Hoy más que nunca se necesitan de patriotas, hombres y mujeres que antepongan al Ecuador y su pueblo sobre los intereses seculares. (O)