Desde que tengo recuerdo, Ecuador ha vivido en “crisis”. Hemos usado la palabra crisis para describir cada situación grave que pone en pausa nuestro desarrollo económico. De mi niñez, recuerdo con claridad la crisis de la Josefina, la crisis diplomática previa a la guerra del Cenepa, la crisis del cólera, la crisis del 99 y, ya de adulta, la crisis global que impactó a Ecuador en el 2008, la crisis del COVID-19… Y, por supuesto, las incontables “crisis políticas”. Pareciera que la respuesta para todos los problemas del Ecuador es ese cuco horroroso que llamamos “crisis” y que nos chupa energía, nos quita calidad de vida y nos roba años de progreso.

Todas estas crisis, eventualmente, se convirtieron en crisis económicas. Pero la verdad es que Ecuador, la República del Ecuador, nació con problemas económicos. Desde que pertenecíamos a la Gran Colombia ya estábamos seriamente endeudados.

En 1839, solo nueve años después de estrenarnos como República, asumió nuevamente como presidente el venezolano Juan José Flores, uno de los líderes del proceso de la independencia, como sucesor de Vicente Rocafuerte. Su mandato era por cuatro años, pero se declaró jefe supremo reuniendo una convención constituyente en Quito, por la cual se aprobó un texto constitucional: la “carta de la esclavitud” (1843).

Esta constitución, la tercera en nuestra corta edad como República, establecía que el Congreso se reuniría solo cada cuatro años, sin embargo, Flores contemplaba la creación de una comisión permanente de cinco senadores, que lógicamente tendrían la influencia directa del gobernante; el presidente duraría en sus funciones por un período de ocho años, elegido directamente por el Congreso, y con posibilidad de reelegirse por ocho años más; también el presidente podría nombrar a los ministros de las cortes superiores, a los obispos y directamente a los consejos provinciales. (Ni siquiera en ese Ecuador de hace casi dos siglos, ni al mismísimo Flores se le ocurrió la desatinada idea de la “reelección indefinida”. Esa noción arcaica la tuvieron unos cuantos incivilizados varias décadas después y hubo que volver a la civilidad a través de una consulta popular).

Empezó el descontento, puesto que el país empezó a vivir su primera gran crisis económica “debido a errores en la determinación del valor intrínseco de la moneda, que produjo una invasión de signos monetarios de baja ley, provenientes de países vecinos y la fuga de los nacionales de mayor valor intrínseco” (El Telégrafo, marzo 5 de 1993). Así, la famosa calle guayaquileña de los monigotes, 6 de Marzo, lleva su nombre por la Revolución Marcista, que fue la reacción que tuvo Guayaquil contra los abusos de Flores y la simultánea crisis económica que empezaron a sufrir los ciudadanos. Fue también el rechazo al militarismo extranjero que ejercía su influencia en todo el territorio, pues, de los quince generales que tenía la República, solo tres eran ecuatorianos.

Los revolucionarios llamados “marcistas” mantuvieron una dura pelea y terminaron quince años de dominación floreana, intentando poner fin a la primera de muchísimas crisis de la historia del Ecuador. Ayer conmemoramos ese día. (O)