El concepto de metamorfosis se refiere a un fenómeno de singular densidad, a la muerte y la supervivencia como un solo movimiento. De forma similar expira el capitalismo internacional decorado con democracia liberal. Desde la perspectiva de lo que caduca, se percibe un EE. UU. decidido a subirse al “escalón imperial”, como en desencanto con su propia hegemonía. Pero más preciso es señalar que el imperialismo no resulta de la política internacional, sino de una aceleración técnica transversal a ella. Desde esta óptica es comprensible que sucumba el llamado “orden basado en normas”, pues ni el liberalismo ni el internacionalismo están capacitados para soportar aquellas presiones.
Un indicio de esta debilidad sistémica es la asistencia humanitaria. La paralización de USAID impactó a una gran cantidad de actores gubernamentales y no gubernamentales en 177 países. Bruscamente, desde indígenas del Amazonas hasta clínicas en Bangladesh, apéndices que llenaban los vacíos del Estado nacional fueron amputados. En la cuestión de inseguridad, los estadounidenses financiaban la mayor parte de programas en nuestra región. En Ecuador, Colombia, México y todavía más países se suspendieron iniciativas de seguridad ciudadana, seguridad pública, migración y justicia. Esta catástrofe, velada por su gran extensión, expone las profundas grietas de las estructuras asentadas tras la Segunda Guerra Mundial.
El colapso del proyecto soviético inauguró lo que Charles Kauthammer llamó “el momento unipolar”. Hay que reconocer que el entramado internacional que EE.UU. afianzó en el cambio de siglo sigue siendo el escenario de las demás potencias. Así vemos que Rusia lleva tres años en una “operación militar especial” que planificó para tres días—un fracaso que pudo costarle el puesto a Putin, cuando el Grupo Wagner aspiró derrocarlo en 2023. A resaltar es que si hoy se reporta un “triunfalismo” en Moscú no es por su propio peso, sino porque quien porta una corona se vuelca a su favor. Estas condiciones revelan que si la multipolaridad existe es dentro de un orden unipolar; es una diferencia de rango. Así también puede entenderse el caso con respecto a China y Taiwán.
Lo que el presidente Trump expone, entonces, no es un desafío al orden unipolar sino su cumplimiento arbitrario. El liberalismo internacional, que simulaba asentarse en instituciones, depende de la buena voluntad del presidente de un solo país. Y ya en 2016 su población rompió con ese ideal. Con razón dijo el presidente francés, Emmanuel Macron, en 2019: “estamos experimentando la muerte cerebral de la OTÁN”. Ahora, el canciller recién electo de Alemania, Friedrich Merz, declaró: “Mi prioridad absoluta será fortalecer Europa lo más rápido posible para que, paso a paso, podamos realmente lograr su independencia de EE.UU.” De esta forma observamos la disputa por la forma que habría de presidir la aceleración imperial. Para resolver aquella es necesario un reajuste estratégico en línea con la revolución mundial.
Actualmente, la incapacidad del Estado (inter)nacional augura una profundización de la inseguridad. Aquí no nos referimos a una seguridad sino a todas las seguridades o a la libertad en sí. La inconsciencia de nuestra dependencia se corresponde con una vulnerabilidad que es personal, indicio de esto es el creciente miedo. Es un fenómeno que fue durante siglos disimulado por la fraseología ideológica hegemónica. El liberalismo llama “individuo” a la unidad funcional de la masificación. De ahí que “libertad individual” y vulnerabilidad sean dos caras de una misma moneda aparentemente económica: el nihilismo. Esta crisis se asienta en el interior de cada uno; es el resultado de confundir mundo con realidad. Una vez se admite esta distinción, comienza a vislumbrarse la salida del laberinto. Sin embargo, la libertad tiene un precio que nadie puede evadir. Con el agonizante mundo liberal tarde o temprano morirá el individuo; pero la metamorfosis es también vida y quien en todo caso está capacitado para resistir es la persona singular. (O)