Más allá de un proceso electoral polarizado y hasta denigrante, que ha generado incertidumbre, subsiste una interrogante: cuándo se restituye la confianza que se ha perdido. Queda un país más dividido, gracias al odio y la confrontación que una parte de la clase dirigente, de manera irresponsable, ha sembrado en la disputa política por el poder y que ha abierto profundas fisuras hasta en las familias, casi insalvables por las ambiciones puestas en juego.

Lo más grave, resulta muy difícil de curar y sanar cuando se presentan posiciones irreconciliables, producto del enceguecimiento y la falta de razonamiento alrededor de dirigentes políticos que mantienen atrapados a una parte del electorado con engaños y mentiras y que no conducen a la solución de los problemas ciudadanos. Al contrario, les mantienen cautivos y les usan hasta algún día llegar al poder.

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Se ha llegado a un fanatismo destructor en el que ya no se razona ni se discuten ideas, propuestas ni planes de gobierno, sino que solo les hacen repetir mentiras, guiadas por quienes han hecho mucho daño a la estabilidad del país y han destruido la confianza.

No es posible que las frustraciones y el ego de quienes ambicionan el poder a como dé lugar se antepongan a las grandes aspiraciones de los ciudadanos. Cuándo solucionan sus acuciantes necesidades o resulta negocio político mantener a una parte del electorado obnubilado en esas condiciones, sin atender sus demandas y con ello siempre habrá la pobreza y la miseria de la que se sirven para sembrarles esperanza.

La historia registra cuántos populistas y demagogos en América Latina que llegaron al poder, no solucionaron los problemas de la gente cuando tuvieron oportunidad de gobernar y como seguían latentes e incluso agravadas las grandes necesidades, sus seguidores les añoraban y les pedían el retorno, sin darse cuenta del daño que se hacían.

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Ese ha sido el círculo vicioso del que no han podido salir países que por los sesgos ideológico políticos eligieron no a demócratas sino a quienes luego, desde el poder, con viejos dogmas, se han perennizado en dictaduras con el “gran logro” de haber obtenido la igualdad de la gran mayoría, pero no en el desarrollo y la prosperidad sino en la pobreza y la miseria, que han generado el gran éxodo de millones de personas de sus propios países, que deambulan fuera de su terruño en busca de sobrevivencia. Pobres países, con grandes riquezas internas pero sentados en la miseria por la acción de sus gobernantes.

No se dan cuenta que el mayor problema ha sido la pérdida de la confianza en todo, en las instituciones y hasta dentro de las familias, lo cual resulta muy difícil recuperarla en medio de una sociedad llena de incertidumbres y miedo e inseguridad por la situación a la que le han llevado al Ecuador en medio de un conflicto armado interno, acechados por los grupos delincuenciales organizados transnacionales, el narcotráfico y la narco política.

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Según el reconocido jurista y respetable patriota, Fabián Corral, la confianza es fundamental. Sostiene que el primer paso para construir una República, como forma civilizada de vivir, y una democracia, como atribución del poder, controlado y transparente, es la restitución de la confianza en la política y de la seguridad personal. Sin confianza, sin seguridad, no habrá nada civilizado, nada sensato, nada decente. (O)