En plena campaña el dueño de The Washington Post decide que ese periódico no va a apoyar a ningún candidato porque entiende que los periodistas están hablando de ellos mismos y no de lo que a la gente le interesa. La decisión sorprende porque The Washington Post siempre apoyó a los candidatos demócratas, y provoca críticas y protestas de periodistas como Martin Baron, antiguo director del periódico, que calificó de cobardía la actitud de Jeff Bezos. Visto después de la elección, Marshall McLuhan diría que Bezos es el Michael Faraday de nuestra era, porque vio lo que los periodistas no ven, y lo vio por no estar encasillado en las categorías endogámicas y escoradas hacia el falso progresismo de la profesión y de la industria.

Muchos –diría casi todos– los periodistas y sus medios apoyaron a Kamala Harris, pero atacando a Donald Trump, de quien dijeron que es fascista, populista, nazi, antidemocrático, monstruo, criminal...

Era bastante evidente que la inmensa mayoría del ecosistema periodístico estaba en contra de Donald Trump, pero también se ve que tenían la esperanza de que se podía evitar lo que resultó inevitable. Lo loco es que fueran progresistas y pensaran que podían cambiar la elección con lo que aparecía en sus medios anticuados. Y también es loco que pongan el grito en el cielo cuando Trump los insulta.

Ecuador y Trump

¿Son los ‘Trump del mundo’ tan parecidos a Trump?

Fuera de todo análisis político, no cabe duda de que Jeff Bezos tenía razón. Muchos periodistas están lejos de la realidad, con una agenda endogámica que no es la de la mayoría de la gente. Escriben y dicen lo que a ellos les gusta o les gustaría que ocurriera y no lo que pasa de verdad. Es la tiranía de la noticia deseada de las élites pseudoprogresistas, que tenían de rehenes a las verdaderas mayorías, esas que no salen a la calle a manifestarse, pero gracias a las redes sociales pueden alzar su voz de otro modo. Los que van a las plazas con pancartas y tambores para que les hagan fotos parecen muchos; pero millones de veces más son los que no van.

Fue la política la que contagió de endogamia autorreferencial al periodismo y lo alejó de las preocupaciones reales de la gente. Y a su vez, fue el periodismo el que contagió a la política con su falso progresismo, su equilibrio mentiroso, su centralidad tramposa... Esa moderación biempensante se repitió en los Gobiernos de nuestros países cada vez que ganaron las elecciones las alianzas dizque de centro debido a los fracasos del socialismo del siglo XXI. Pero el centro moderado y gradualista no sirvió para ahuyentar al socialismo. Al revés: sirvió para que volviera recargado, menos moderado, más cínico y autoritario, y capaz de cualquier cosa para mantenerse en el poder, hasta de asociarse con el crimen organizado.

La novedad de Trump, Javier Milei, Nayib Bukele, Viktor Orbán o Giorgia Meloni –cada uno con su realidad y su estilo– es que a las izquierdas ya no se las enfrenta desde ese centro acomplejado, sino desde la derecha sin complejos, que los que la van de moderados se empeñan en prefijar con ultra y extrema, cuando no adjetivar como fascista sin ninguna vergüenza. (O)