¿Cuál será el horizonte del país en los próximos dos años? Es muy difícil adivinar por dónde andarán la política, la economía y la sociedad en ese plazo. Entonces, ¿cuál será el horizonte en los próximos seis meses o en un año? También es muy difícil intuir. Complicado suponer lo que ocurrirá, incluso, en las siguientes semanas o en los próximos días. Es decir, ni en el corto ni en el largo plazo se puede imaginar lo que será nuestro destino.

Semejante situación indica que lo “único cierto es la incertidumbre”; que la seguridad jurídica es un mito, no se diga la personal; que no hay proyecto nacional; que la ciudad y el país se mueven entre lo que dicen los noticieros, lo que anuncian los dirigentes, lo que amenaza la oposición, lo que especulan los analistas, lo que inventan los candidatos y lo que el hombre común supone, afianzándose a la esperanza, para no ceder del todo al agobio.

Descomposición

Sin horizonte, con perspectivas tan nubladas, con personajes de tan cortas miras que dominan la vida pública, es difícil generar confianza, y sin confianza ¿es posible esperar inversión extranjera de alguna importancia? Si el discurso político es una mala noticia perpetua; si la oposición está anclada en el tremendismo y en el odio; si nadie se atreve a decir la verdad, ¿es posible esperar que se restauren las instituciones, que se generen oportunidades para vivir con razonable optimismo? ¿Cómo podemos pedirle al migrante que desista de su decisión de irse, aunque fuese a pie? No tenemos cara ni autoridad para pedirle eso.

Incidir en lo público

Los que gobernantes y opositores, asambleístas y candidatos, sabios y redentores, no entienden es que lo que dicen, y cómo lo dicen, lo que ofrecen y no cumplen, y por cierto, sus rivalidades y ambiciones, repercuten en la vida de los ciudadanos, hacen parte de cada día, influyen en los proyectos personales y, con frecuencia, arruinan sus días, envenenan sus sobremesas y propician sus insomnios. ¿No se han planteado los dirigentes que las responsabilidades que tienen constituyen un inexcusable deber moral y político? ¿No se han puesto a pensar que sus “derechos” están después de los derechos de los ciudadanos, que primero es la gente y después el poder y los partidos y movimientos?

La democracia tiene una dimensión humana que la explica y justifica, esa dimensión se llama “legitimidad”, y eso tiene que ver con el básico presupuesto de que el poder está para servir. Y no se sirve si prospera la violencia, si la corrupción y el escándalo son parte esencial de la cada noticiero. No se sirve cuando hay imprevisión. No se sirve si la obra pública es un desastre, si las ciudades no son sitios para vivir, si la falta de respeto es el argumento de cada día. No se sirve si las campañas electorales son espacios para especular con la esperanza de los electores y obtener un retazo de poder.

La falta de horizonte, la precariedad en que vive la sociedad conspiran contra la democracia, transforman al Estado de derecho en una ficción y hacen de las elecciones una puesta en escena de ambiciones de todo género, que nada aportan a la comunidad. (O)