Lo que se juega en esta elección es muy grande y pesado. Aunque, por la ceguera e ignorancia de los asambleístas de Montecristi, el Gobierno y la Asamblea que surjan de las elecciones serán solo de transición, deberán desarrollar tareas gigantescas en varios aspectos. En lo económico, tendrán que buscar la manera de cerrar un hueco fiscal que, según las previsiones del Observatorio de la Política Fiscal, superaría los $ 5.000 millones en diciembre del presente año. Al descenso en la recaudación de impuestos, que es una de las causas de este, podría añadirse la reducción de ingresos petroleros si en la consulta popular se aprueba la prohibición de la explotación en el Yasuní y si se mantiene el subsidio a los combustibles. Por si faltara algo, deberán enfrentar los efectos del fenómeno de El Niño. La solución será un nuevo endeudamiento agresivo, como el de los años finales del correato, con bajas posibilidades de que se lo haga bajo las condiciones blandas de los organismos multilaterales.
En lo político, es imprescindible rearmar todo el entramado estatal, comenzando por el nombramiento de las autoridades definitivas de las instituciones que, debido a las pugnas minúsculas, llevan meses encabezadas por encargados. Se trata de poner la casa en orden, lo que exige un trabajo conjunto de los poderes del Estado. En otros términos, será necesario, imprescindible, un consenso en torno a objetivos de mediano y largo alcance, es decir, algo muy alejado de lo usual en nuestro medio y totalmente opuesto a la imposición con mano dura, que seguramente será la tentación de quienes lleguen a la Presidencia y a la Asamblea. A esto se añadirá la actividad electoral, que comenzará el mismo día en que se posesionen las próximas autoridades.
Hasta el momento, ninguno de los precandidatos ha dado alguna señal de preocupación por la manera en que enfrentará ese horizonte oscuro, negro, tenebroso. Es obvio que no está en sus proyecciones. Sus cálculos se reducen a temas que les aseguren los votos necesarios para entrar en la segunda vuelta. Entre estos, el combate a la inseguridad se presenta ya como el principal espacio de disputa, en que la tendencia apunta al bukelismo. En cualquier otra ocasión, la candidatura de un mercenario que asegura que participó en varias guerras (la última motivado por la conversación con un taxista madrileño) habría sido una más de las locuras que siempre florecen en épocas electorales. Ahora será el parámetro con el que se medirán todos los demás. Principios, ideologías y valores quedan fuera del juego, como si la contienda electoral no tuviera entre sus objetivos la formación política de la ciudadanía.
El resultado más probable de esto puede ser que el país entre en un momento de mayor convulsión...
El resultado más probable de esto puede ser que el país entre en un momento de mayor convulsión por dos causas que confluyen para dar un escenario nefasto. Por un lado, el presidente, quienquiera que sea, no se conformará con un mandato de dieciocho meses. Para lograr su reelección manejará la economía como una melcocha y pondrá en riesgo la dolarización (si es que no decide eliminarla de un tajo). Por otro lado, la Asamblea será un nido de serpientes más voraces y venenosas que las que la conformaron en el reciente periodo. El futuro de sus organizaciones políticas y sobre todo de sus intereses personales se jugará en ese espacio y dentro de plazos cortísimos. En fin, un horizonte nefasto. (O)