¿Son imaginables unas elecciones presidenciales en las que el candidato ganador termina imponiéndose de forma arrolladora con un 99,1 % de la votación? Y si hay alguna duda de que un resultado de esa magnitud podría darse, ¿qué pensarían si se enteraran de que tal victoria aplastante ocurrió en un país polarizado y dividido como el nuestro? Pues sí, ocurrió en mayo de 1875, cuando se celebraron las primeras votaciones presidenciales por sufragio directo en las que se impuso Gabriel García Moreno, como candidato del Partido Conservador. Su contendor más cercano, José Javier Eguiguren, apenas pudo obtener el 0,5 % de votos.
Obviamente un resultado de ese tipo, al menos en las actuales circunstancias políticas, sería impensable, recordando por cierto las elecciones de 1956, cuando Camilo Ponce se impuso en la contienda presidencial con apenas tres mil votos. Pero retomando la historia del triunfo apabullante de García Moreno, sería importante recordar que las elecciones de mayo de 1875 marcaron también un hito por ser las primeras elecciones con sufragio directo, lo que permitió que la enorme mayoría de los 22.726 votantes se decidieran por el liderazgo de García Moreno; resulta oportuno aclarar que el número total de electores en esa ocasión representó apenas el 2,27 % de la población total ecuatoriana en ese año, pues se trataba de una votación censitaria, es decir, una modalidad de sufragio en la cual solo podían votar determinados ciudadanos que poseían ciertas condiciones de patrimonio. Paradójicamente y luego del asesinato de García Moreno ocurrido meses después de su elección, se celebró otra contienda electoral en la cual triunfó el candidato del partido antagonista, el liberal Antonio Borrero, con un respaldo categórico del 86 % de electores.
En los sufragios de inicios del siglo pasado y con la característica de que eran elecciones censitarias, se repitió la constante de aplastantes triunfos electorales. La historia de nuestro país registra que en 1901 Leonidas Plaza se impuso con el 88,8 %, en 1905 Lizardo García obtuvo el 93 %, en 1911 Emilio Estrada con el 93,9 %, en 1912 Leonidas Plaza alcanzaba el 99,7 % de los electores. La racha de triunfos con diferencia tan marcada siguió con Alfredo Baquerizo Moreno en el año 1916, cuando obtuvo el 93,6 %, luego José Luis Tamayo en 1920 con el 99,1 % y Gonzalo Córdova, quien en 1924 fue electo presidente con el 93,2% de la población total. Hay que reconocer que la influencia del sufragio censitario en esos procesos electorales incidió de una u otra manera en las diferencias electorales aplastantes, toda vez que la participación estaba limitada a un segmento de la población que poseía determinadas condiciones económicas y/o académicas y que seguramente compartía en gran medida sus preferencias electorales.
En ese contexto es posible sostener que con la vigencia del sufragio universal, la dispersión del voto se convirtió en una característica que evitó la repetición de triunfos rotundos y absolutos en una lid presidencial. Para efectos prácticos y más allá de nuestra anecdótica vida democrática, esos resultados son el espejo de una época que con seguridad nunca más se repetirá. (O)