¿Todo se resuelve con educación? La verdad es que cada vez soy más escéptica a los intentos de transformación que para muchas realidades no tienen sentido. Tal es el punto del término innovación. Las palabras representan un esfuerzo por transmitir ideas y soluciones, pero a menudo se quedan vaciadas y sin efectos cuando se vuelven repetitivas. En el ámbito educativo, la innovación representa la tan anhelada “transformación”, “cambio” o evidencia de las “nuevas metodologías”. Sin embargo, es preocupante cuando todas estas buenas intenciones no vienen acompañadas de procesos reflexivos que inviten a tejer “una vida en común”.

Educar es un desafío. Sabemos que en nuestros contextos latinoamericanos acceder a la educación se vuelve un privilegio. Los factores sociales y económicos trazan el camino de los alumnos que más adelante se incorporarán al mundo productivo. Exigir que las condiciones sean equitativas parecería ser una tarea casi perdida. Entonces, más allá de las oportunidades que ofrezcan escenarios favorables para aprender, se debe también cuestionar de qué forma nos estamos vinculando como sociedad. La verdadera innovación no está en los enfoques abstractos, sino en la capacidad de reconocer las necesidades de nuestro entorno. Demanda una observación de los microcosmos que se manifiestan en la precariedad o necesidades que trazan los contextos que rodean a los alumnos. En este sentido, la definición de la filósofa Marina Garcés nos invita a pensar desde nuestros espacios: “la educación es el conjunto de prácticas, saberes, transmisiones y formas de hacer que nos permiten, a todos y cada uno de nosotros, aprender a pensar los problemas comunes de nuestro tiempo”.

Cada vez que se ofrecen ‘soluciones’ efectivas para mejorar las tan anheladas competencias en los niveles primarios y secundarios del aprendizaje, observamos que no están conectadas con las exigencias del nivel universitario. Y estas, en última instancia, tampoco responden a las demandas inmediatas del entorno social y laboral. Lo que resulta alarmante es que los lineamientos educativos se enfoquen cada vez más en objetivos mercantiles e instrumentales. Es aterrador comprobar cómo las estadísticas de logros y resultados de pruebas internacionales parecen convertirse en el principal indicador de éxito. Como si los estudiantes fueran un producto más que se puede medir y representar solo en términos numéricos. ¿Dónde queda la verdadera experiencia del aprendizaje?

Basta con constatar la ayuda del pueblo español tras la tragedia ocasionada por la DANA en la Comunidad Valenciana para ver cuánto de tejido comunitario se activa para gestionar la crisis y brindar auxilio a quienes lo han perdido todo. Las noticias nos ofrecen imágenes de jóvenes limpiando, haciendo comida, colectas y formando redes de apoyo donde la ayuda estatal no ha llegado al pueblo. Estas acciones son las que debemos consolidar desde una idea de comunidad y pienso cómo será posible desde nuestros entornos cada vez más individualistas. Acciones que no se miden en rúbricas educativas. Se impone abrir una posibilidad de fortalecer nuestra fuerza comunitaria. (O)