El papa Francisco ciertamente no pasó desapercibido. Ha dejado este mundo con un legado para muchos discutible, porque no hay papa que no sea discutible, ni jefe de Estado que no genere afectos y desafectos, ni persona que haga opinión que no sea fuente de controversia.
Pero más allá de quienes lo han amado profundamente, y quienes no han criticado, el papa Francisco fue un hombre de una gran autenticidad de vida, y eso merece un enorme respeto de todo aquel que quiera ver o analizar su papado.
El papa Francisco no se inventó su calidez. Tampoco le dieron lecciones de actuación para ser próximo a la gente. A él no le sugirió un experto en marketing usar los aposentos de Santa Marta y no los tradicionales del palacio Vaticano. No fueron expertos en imagen quienes le sugirieron que simplifique el ceremonial de los funerales de un papa, ni fueron asesores políticos los que le pidieron que usara vehículos sencillos, normalmente compactos con los cuales se movilizó en las visitas pastorales a donde él se dirigió. Así fue él siempre. Tomaba el metro cuando era arzobispo de Buenos Aires, se acercaba a la gente, expresó siempre preocupación por los pobres, por las periferias y por quienes estaban al margen.
Adiós al papa que quiso vivir con humildad
Y lo mismo hizo como papa. No fingió, no actuó ni trató de acomodarse a su nueva e insospechada posición, como el hombre más importante de la Iglesia, a su vez la más importante institución en los 20 años de la civilización occidental.
Habrá mucho espacio para interpretar y estudiar más a fondo las cuestiones dogmáticas o teológicas que fueron controversiales en su papado, pero no habrá espacio alguno para cuestionar su autenticidad, su sentido de humildad, su llamado a mirar a los más necesitados.
Por lo mencionado anteriormente podemos decir que este es el papado de la misericordia, no solo por cuanto él la mostró y la practicó, sino por el llamado tan contundente que hizo a los cristianos a tener compasión, a no juzgar con la fuerza de sentencia, a no excluir, a no dejar fuera a quien tenga una diferencia.
Pero más allá de eso, interpeló al clero. Motivó una Iglesia católica en salida, que vaya en búsqueda del hermano, que no sea burocrática. Pidió una iglesia que no sea una ONG, sino que sea el modelo del amor de Cristo y de la entrega de Cristo a los demás.
Además, el papa pidió perdón por los errores de la Iglesia, y condenó con firmeza graves errores del pasado, en especial el tratamiento del problema de los abusos cometidos por miembros del clero.
Francisco fue un papa auténtico, y ojalá que su sucesor, cualquiera sea su visión de Iglesia católica, viva con la misma autenticidad con la cual el papa Francisco vivió su mandato de vicario de Cristo.
Quienes somos católicos, pedimos al Espíritu Santo que ilumine a los cardenales que tienen la capacidad de elegir, y en especial nosotros los ecuatorianos, a nuestro querido cardenal, monseñor Luis Gerardo Cabrera Herrera, para que con la humildad que le caracteriza, reciba la inspiración del Espíritu Santo para elegir a quien más convenga para el futuro de nuestra amada Iglesia. (O)