Empieza febrero y comienza la catarata de imágenes con corazones en la gran mayoría de centros comerciales; también, abundan fotos románticas con hiperbólicas declaraciones de amor eterno en redes sociales, como si se tratara de una competencia implícita de quién está más enamorado y feliz, o quién ha realizado más viajes románticos con su pareja, aunque en la vida real las cosas no sean ni tan románticas ni tan felices. Pero esta vez no me voy a centrar en ello, sino en el tema de la amistad que también se celebra este mes, ya que valoro profundamente esta relación de afecto que aparece de la forma más inesperada y es compartida entre dos o más personas.

La sociedad de la unión

De esta manera, hago un viaje al pasado y recuerdo cuando era muy pequeña y empezaba el colegio. Era un edificio muy grande con árboles y un terreno de tierra gigante donde decían que iban a construir ampliaciones, como luego lo hicieron. Era tímida; tenía pocos amigas y amigos. A los pocos años mi madre decidió que debía educarme en un colegio salesiano y me cambiaron a un edificio pequeño comparado con el anterior, sin juegos infantiles ni árboles, en medio del centro de Guayaquil, lleno de monjitas y niñas. Al principio fue complejo adaptarme, pero poco a poco empecé a tener amigas para compartir la comida en el recreo y charlar de muñecas; luego con los años, ya en secundaria, se afianzaron ciertas amistades y se alejaron otras. El viaje de fin de curso es algo que recuerdo con cariño: fue un momento de mucha unión y risas sin preocupaciones.

Amistades que crecen y se alimentan entre libros, vino y charla (...). Afectos que siempre encuentran tiempo...

Luego llegó la época de la universidad y es el momento cuando las amistades encuentran bifurcaciones; cada una empieza a seguir su destino. Por ejemplo, una de mis mejores amigas se casó muy joven; entonces, era toda una aventura irla a visitar en su casa de casada, jugar con su bebé que parecía una muñeca de lo bonita (ahora está más linda aún) y sentir que la vida avanzaba muy rápido. En esta nueva etapa, las cosas suelen ser distintas. Pienso en un profesor que repetía: “Esos que hoy son sus compañeros y con quienes comparten los recesos mañana serán su competencia”. Nunca olvidé esa frase, porque recuerdo que todos nos miramos desconcertados y preguntándonos si alguna vez sería así. Felizmente, nunca tuve ese problema.

Esas muertes absurdas

Después, ya en la vida adulta, la vida se ha encargado de ponerme a la gente indicada en el momento justo. Amigos y amigas que han estado en situaciones complejas, quienes me han dado el cariño que he necesitado y también han tenido la entereza de hablarme con firmeza cuando algo no les ha gustado. Amistades que crecen y se alimentan entre libros, playa, cafecitos, vino y charla. Pero, fundamentalmente, afectos que siempre encuentran tiempo aun sin tiempo. Creo que esa generosidad es la mayor demostración de cariño que se puede entregar.

Finalmente, esta columna está dedicada a quienes transitan conmigo a pesar de los años, personas que respetan mis silencios y, sin hacer preguntas, simplemente están. Agradezco su cariño y valoro cada palabra y minutos compartidos. Corolario, hago mía esta frase de Jim Morrison: “Un amigo es alguien que te da total libertad para ser tú mismo”. (O)