El diccionario define a un laberinto como un lugar artificiosamente formado por encrucijadas para confundir a quien se adentre en él de modo que no pueda acertar con la salida.

Ecuador está adentro de varios laberintos.

Piense usted en el laberinto del empleo. Solamente tres de cada diez personas en condición de trabajar tienen empleo adecuado. Para crear empleo se necesita que los empresarios inviertan y que haya un régimen jurídico que incentive la contratación. Pero el propio pueblo que está desempleado votó en contra de brindar seguridad jurídica a los inversionistas extranjeros a través del arbitraje internacional y de crear las condiciones para que los empresarios estén incentivados a contratar a través del trabajo por horas. Las oportunidades de negocios existen, pero artificiosamente la legislación ecuatoriana ha creado obstáculos de tal modo que no se puede acertar a darle una salida al problema de los millones de desempleados.

Piense ahora en el laberinto del crecimiento económico. Durante los últimos diez años, el Ecuador ha crecido a un promedio anual inferior al uno por ciento del PIB. En el territorio ecuatoriano existen grandes reservas de petróleo y minerales que, si son explotadas, pueden suponer multimillonarios ingresos para el Estado que se pueden utilizar para dinamizar la economía a través de obra pública, de educación y de salud. Pero el pueblo decidió prohibir la explotación de petróleo en el Bloque 43, y la ley y las decisiones de la Corte Constitucional hacen difícil sino imposible que la inversión extranjera llegue al país para la correcta explotación del petróleo y los minerales. Las oportunidades de crecimiento económico están allí, pero artificiosamente hemos creado encrucijadas a la inversión extranjera.

Finalmente, piense en el laberinto de la justicia y la corrupción. Ecuador es uno de los países más corruptos del mundo y con uno de los sistemas judiciales más frágiles. La corrupción y la falta de justicia impiden la creación de empleo y el crecimiento económico, porque nadie contrata y nadie invierte en un país que no garantiza el respeto a los contratos y a la propiedad privada. Pero en el Ecuador, la sociedad premia a los corruptos yendo a sus fiestas, admirando sus riquezas mal habidas y facturando a sus empresas de pantalla. La gente quiere crecimiento económico y empleo de calidad, pero al aplaudir a los jueces corruptos y a los empresarios criminales garantiza la pobreza y cierra cualquier salida del subdesarrollo.

En una de sus novelas, Gabriel García Márquez narró el viaje que el general que le dio la libertad a este país trató de hacer para emigrar a Europa. Vemos al general decrépito y maltratado, en el camarote de un barco, navegando por el Magdalena, metido en unas botas viejas, con las polainas deshilachadas, en medio de su soledad y de su melancolía, mientras la tuberculosis le hace toser sangre. Al darse cuenta de que nunca saldría de su país, las palabras que García Márquez le atribuye al general son nuestras palabras: “Carajos... ¿Cómo voy a salir de este laberinto?”. (O)