Concebí la idea de escribir sobre el perfil de estos funcionarios públicos, los embajadores, en alguna reunión internacional en la que participé junto a ciudadanos de diferentes países del mundo. En ese momento pensé que los compatriotas que forman parte del servicio internacional del Ecuador están inspirados por claros objetivos de formación humanista y patriótica, con el fin de llegar a ser cabales representantes de nuestra cultura. Saben que conocer a profundidad la historia nacional, sus avatares políticos, la tradicional y la coyuntural situación económica, las posibilidades de mejoramiento que como sociedad siempre son un desafío, los problemas de inequidad social, nuestra geografía y las diferentes culturas que conforman la nacionalidad ecuatoriana, es una condición indispensable para cumplir con honor y cabalidad sus altas funciones.
Me parece que esos objetivos y la formación académica y cultural que reciben estos funcionarios públicos han posibilitado que tengamos embajadores de carrera y en general un cuerpo diplomático que es consciente de sus responsabilidades y cumple cabalmente con sus roles. Considero que saben de la importancia de sus funciones y están permanentemente compelidos a representar con dignidad, conocimiento y decoro al pueblo del que provienen y al cual se deben.
También pensé en la tradicional práctica de los nuevos gobiernos que llegan al poder político, de designar para cargos en el servicio diplomático a personas que le son allegadas por diferentes razones, a modo de reconocimiento por una serie de situaciones e intereses. Igualmente reflexioné sobre un cierto estereotipo del perfil de esos funcionarios, en el cual las capacidades o destrezas gerenciales llegan a tener el mayor peso.
Sin duda, el fortalecimiento de las relaciones comerciales, económicas y de negocios que beneficien a la sociedad es algo necesario, por su clara importancia en las relaciones del Ecuador con el mundo. Sin embargo, si el perfil de los funcionarios encargados de la ejecución de esta política no cuenta con el respaldo de una sólida educación –social, ambiental y humanista– orientada a la búsqueda del beneficio para la sociedad a la cual representan, esas destrezas prácticas que exige el negocio pueden ser instrumentos a través de los cuales se potencia el beneficio personal o grupal en detrimento del bien común. Los negocios, el emprendimiento y la riqueza que se desprende de estas actividades, por sí solos, no nos representan como sociedad y menos aún nos benefician, pese al manido, banal y venal discurso que reivindica su alta moralidad social.
Los temas internacionales con los cuales se relacionan nuestros embajadores y servicio diplomático están atravesados por la variopinta diversidad de lo social, político y ambiental, que tiene que ser conocida e incorporada anímicamente por quienes nos representan. Si esa condición no se cumple, nuestros diplomáticos se convertirían en meros alzadores de mano, en los complejos escenarios mundiales en donde los intereses particulares están presentes, así como también lo está el discurso humanista recogido en las más importantes declaraciones jurídicas globales. (O)