Un país dominado por las mafias, presa –con pocas excepciones– de los políticos de siempre, que desean estar, –muchos a través de títeres–, en todas las funciones del Estado, para seguir usufructuando de sus riquezas, mientras el pueblo, que ciegamente los elige, vive en zozobra, inseguridad y violencia; donde un tercio de la población apenas sobrevive con $ 2 diarios, con un 20,1 % de los niños menores de 2 años con desnutrición crónica; sin atención sanitaria y médica satisfactorias, con un sistema de seguridad social a punto de colapsar; los campos abandonados, una precaria atención educativa, con establecimientos en pésimas condiciones; un déficit de 57 %, al 2021, de vivienda; una deleznable administración de Justicia, y carente de servicios básicos en un 31,7 % (al 2021), requiere de un cambio radical en todos los órdenes.

Esto hace también que sigamos “exportando” a nuestros compatriotas, quienes, sacrificando todo, se van, dejando a sus familias con la esperanza de que pronto se reencontrarán en el suelo de la pesadilla americana, porque nuestra patria se ha vuelto totalmente invivible por causa del crimen organizado, donde la corrupción opera en casi todos los niveles del Estado, y donde la extorsión y secuestros se han vuelto el pan de cada día, tanto que Ecuador es considerado uno de los tres países más violentos en Latinoamérica. Así es imposible que podamos convertirlo en el destino turístico preferido, no obstante que poseemos una riqueza enorme en atractivos para todos los gustos.

Es inadmisible que el pueblo tenga que mendigar lo que, en derecho, le corresponde y que sea víctima consuetudinaria de la inequidad y de la mala distribución de la riqueza, que se encuentra en manos de pocos. Ese no es el país que queremos.

El país que queremos es aquel en el cual todos los ciudadanos tengamos igualdad de oportunidades, con acceso, sin restricción, a vivienda y servicios básicos de excelente calidad, a una verdadera administración de justicia, realmente gratuita y libre de extorsión; a una buena asistencia médica desde que la mujer se encuentra embarazada, a una óptima educación, en todos los niveles; a tener oportunidad de empleo para el universo de jóvenes que egresan de los centros educativos, a la atención agropecuaria permanente, y, sobre todo, a una formación constante en todas las ramas de la cultura y los deportes. Un pueblo sin buena salud y sin educación está condenado al fracaso en todo.

El país que queremos debe ofrecer paz, seguridad y estar libre de violencia, cualquiera que fuese su expresión. Estamos conscientes de que esto no se logra de la noche a la mañana, va a tomar mucho tiempo, pero en algún momento debemos empezar.

En 1897, el general Eloy Alfaro, uno de nuestros mejores presidentes, logró que la Asamblea reconociera a la mujer como ciudadana, con iguales derechos que el hombre, comenzando por la educación, y provocó una verdadera revolución.

Hoy, las circunstancias y condiciones son más difíciles y diferentes, pero se pueden sentar las bases para ello. Un país solo puede desarrollarse si el pueblo es atendido, en todas sus formas, en dos pilares fundamentales: salud y educación. (O)