El reciente proceso electoral en Chile, que culminó con el triunfo de José Antonio Kast, candidato de la derecha, ha dejado una señal clara sobre la fortaleza institucional del país y la madurez de su democracia. Más allá del resultado, lo verdaderamente destacable fue la forma en que se desarrolló la contienda: una elección de altura, marcada por el respeto entre adversarios políticos, la transparencia del sistema y la plena confianza en las instituciones encargadas de administrar y juzgar el proceso electoral.

La campaña presidencial enfrentó proyectos políticos profundamente distintos. Por un lado, José Antonio Kast fue calificado por algunos sectores como representante de la ultraderecha; por otro, su principal contendora, Jeannette Jara, en representación del Partido Comunista. A pesar de esta polarización ideológica, el debate público se mantuvo dentro de los márgenes del respeto democrático. Las diferencias se expresaron con firmeza, pero sin caer en descalificaciones personales ni en discursos que atentaran contra la legitimidad del adversario. Este comportamiento político constituye un ejemplo relevante en una región donde, con frecuencia, las campañas derivan en confrontaciones que erosionan la convivencia democrática.

La jornada electoral transcurrió con normalidad y sin denuncias significativas. Los ciudadanos acudieron a las urnas en un ambiente de orden y tranquilidad, reflejo de la confianza que la sociedad chilena deposita en su sistema electoral. El Servicio Electoral y el Tribunal Calificador de Elecciones cumplieron su rol con profesionalismo, independencia y rigor técnico, garantizando un proceso transparente y confiable. La rapidez con la que se entregaron los resultados oficiales, pocas horas después del cierre de las urnas, dista tanto de lo que ha ocurrido en Ecuador en los últimos procesos. Aquí no hay acusaciones de fraude ni tintas invisibles ni encuestas truchas ni autoridades electorales haciéndose de la vista gorda para unos casos y actuando con severidad en otros.

Un elemento fundamental fue la actitud de los actores políticos, una vez conocidos los resultados.

El reconocimiento inmediato del triunfo, por parte de la candidata perdedora, quien además se trasladó al comando de Kast para felicitarlo en persona, así como la llamada del presidente Boric al presidente electo, son una demostración de que en Chile la aceptación del veredicto ciudadano sigue siendo un pilar esencial de su sistema político.

El triunfo de Kast abre una nueva etapa para el país, con desafíos económicos, sociales e institucionales relevantes. Sin embargo, más allá de la orientación ideológica del próximo Gobierno, Chile nos ha demostrado que es posible competir con intensidad política sin sacrificar el respeto, que las instituciones funcionan cuando se las respeta y que la democracia se fortalece cuando todos los actores aceptan sus resultados.

En definitiva, estas elecciones no solo definieron un nuevo liderazgo, sino que reafirmaron el compromiso del país con un proceso electoral transparente, ordenado y de altura, que consolida a Chile como un referente democrático en la región. (O)