Crecemos con preguntas sobre cómo nos vemos a nosotros mismos dentro de unos años. Pero ¿qué tan real es hacer un proyecto de vida? Nuestros cerebros se proyectan a futuro y empezamos a idealizar muchos sueños y metas, propios y ajenos. A mis casi 25, me doy cuenta de que lo más correcto y realista es que, para ejecutar mi proyecto personal, profesional y familiar, se considere el cambio de planes brusco, las decisiones que salen de momentos inesperados y la capacidad de adaptarnos desde las cenizas y las crisis más fuertes, de sanar las heridas, encontrar estabilidad en una cuerda floja y agradecer porque la vida nos va enseñando las respuestas y nos muestra el verdadero camino.

Y es que, en realidad, quisiera que nos hagamos esta pregunta: ¿Hemos logrado concretar absolutamente todos esos anhelos o proyectos que teníamos cuando éramos más chicos?, Si en realidad esos sueños eran propios o eran de nuestros padres o abuelos. Si es que al menos una parte de las cosas que hacemos a diario nos llena el corazón.

Leí el otro día algo que me hizo reflexionar respecto al cambio y lo que nos trae, ya que en ocasiones nos toca abandonar la vida que habíamos planeado porque simplemente ya no somos la misma persona que hizo esos planes en un inicio. Cientos de cosas suceden y todo se esclarece cuando entendemos, entre muchas cosas, estas tres principales para mí:

1. Solamente controlamos nuestras propias acciones. Miles de veces hacemos planes que dependen de terceros y las cosas simplemente no se dan. Somos el producto de las circunstancias y el entorno, la forma en la que fuimos educados y el espacio en el que nos desarrollamos.

2. Nada forzado resulta y somos el resultado de las decisiones que tomamos. Somos tan cíclicos como la naturaleza y tenemos la capacidad de adaptarnos sin poner resistencia; eventualmente debemos atrevernos a dar el primer paso y después solo confiar en que las decisiones van dando sus frutos, por eso, entender bien lo que queremos, lo que nos mueve, lo que nos llama.

3. Somos también el resultado de lo que traemos a nuestros pensamientos. Muchas veces pensamos en lo peor que puede suceder cuando sentimos miedo de avanzar; nos proyectamos en esos escenarios más oscuros y negativos, cuando probablemente ninguna de esas situaciones se materialice. Sin darnos cuenta estamos poniendo nuestra energía en las cosas negativas que no queremos que sucedan.

A cada paso que damos, la vida misma nos obliga a hacer un reajuste del camino a tomar y exige distintas versiones de nosotros. Una mejora continua, un esfuerzo constante de pequeños actos que deviene en un resultado deseado y transformador. Esta receta no se hornea sin una pizca de paciencia, una pizca de esperanza, una pizca de risas y lágrimas y con mucha dedicación y disciplina. No hay resultados perfectos ni logros absolutos de entrada, pero el camino es maravilloso y viene cargado de autoconocimiento y sorpresas. Eventualmente debemos volver a la matriz, redefinir las metas y las estrategias y seguir, aunque sea con temor y volver al ruedo. En resumen: vivir. (O)