Se trata de mantenerse y proyectarse. De supervivencia. Y, para que esa aspiración fundamental tenga visos de concreción en la realidad social y ambiental, los seres humanos formulamos principios, preceptos y normas, construimos cultura y civilización. La vida, entonces, y su preservación es uno de los esenciales argumentos morales que justifican la organización social y la acción de los individuos.

Desde la perspectiva de vida, la humanidad contemporánea, en el 2015, genera un documento que incorpora algunos de los grandes requerimientos éticos planetarios con el sugestivo título Transformar nuestro mundo: la agenda 2030 para el desarrollo sostenible, que propone 17 objetivos de desarrollo sostenible (ODS) y 167 metas. Se trata de un punto de inflexión que ha generado nuevas relaciones de poder entre los gobiernos, las organizaciones internacionales y los tradicionales entes de cooperación mundial. La intención es llegar a una suerte de multicentrismo que permita el desarrollo también desde lo local.

La incidencia de los 17 ODS, un conjunto de aspiraciones que apuntan a la supervivencia colectiva, es muy importante en la contemporaneidad, pues tanto en el ámbito público como en el privado, referirse a ellos para planificar y ejecutar es ya un requisito obligatorio para que puedan darse relaciones entre personas naturales o jurídicas nacionales y extranjeras. Desde esta realidad, debemos destacar la evolución jurídica –en este tipo de nuevas interacciones– respecto al concepto de soberanía que adquiere cada vez nuevos significados que superan su acepción tradicional.

Son dos los grandes objetivos de la Agenda 2030, la protección ambiental del planeta y el desarrollo económico y social, con la intención expresa de que se cumplan desde la armonía y la complementariedad, aspiración que representaría un inmenso cambio en la forma de proceder de una humanidad que contamina y arrasa con los recursos naturales. Para lograr esta pretensión requerimos modificar formas de vida. Las políticas públicas mundiales están dirigidas discursivamente a este fin, sin embargo, lo logrado aún es menor si vemos la devastación creciente en la que evolucionamos. Pese a ello, los ODS, que son el resultado de la acción comunicativa y de la ética del discurso global, son ya un elemento insoslayable en la contemporaneidad mundial.

En este documento, el más ambicioso, integral y con mayor poder transformador de todos los tiempos, se reconocen los derechos de la madre tierra, la diversidad cultural y están presididos por la lucha contra la pobreza, el hambre y el fortalecimiento de la resiliencia. Además, se abordan todos los ámbitos de la vida social como salud, educación y derechos de las mujeres, apostando además a la industrialización y al mejoramiento de la infraestructura, a la reducción de la violencia y a la promoción del estado de derecho.

Los objetivos de desarrollo sostenible son una narrativa moral-jurídica orientada a la supervivencia, a la proyección y están logrando, en muchos frentes, avances significativos. Los individuos debemos conectarnos con ellos y modificar nuestra conducta a la luz de su espíritu. (O)