Cuatro ríos con sauces llorones cantan al unísono con su gente, bañados por la luz del sol que nace desde el este y se esconde por los páramos que los alimentan. Casas coloniales con balcones floridos, adoquines que conectan los parques y plazas llenas de historia, tradición y fe. Héroes, poetas ilustres, glorias deportivas y cholas cuencanas.

Dos catedrales en el parque Calderón, como en pocos lugares en el mundo. La Catedral Vieja, hoy escenario de eventos culturales y museo, fue punto de referencia para las mediciones que realizó la Misión Geodésica Francesa. Al frente, el emblemático edificio de la Corte Provincial del Azuay, una joya arquitectónica. En la esquina de la Benigno Malo y Sucre, la Catedral de la Inmaculada Concepción con sus rosetones y sus cúpulas, ícono turístico de Cuenca. Las campanas no resuenan ya que sus columnas delanteras no resisten la vibración. En sus portales se pasea el Suco del Cenáculo, junto a los comerciantes de cirios, estampas y objetos religiosos. A un costado, la calle Santa Ana.

La Plaza de las Flores; donde se exhiben y venden rosas, orquídeas, claveles y geranios que engalanan la entrada a la Iglesia y al Convento del Carmen de la Asunción, donde todavía viven las monjitas de claustro. Un lugar detenido en el tiempo, un oasis de paz en medio del ajetreo y la cotidianidad, famosas por sus habilidades en la gastronomía y medicina tradicional. El agua de pítimas, la que cura los nervios, nombre que proviene de un “piti más”, un poco, una yapa, imposible saciarse con un vaso.

En junio, durante siete días, las calles se llenan de los dulces más deliciosos y coloridos, con castillos y juegos pirotécnicos en honor al Corpus Christi. El 24 de diciembre, nuestra fiesta religiosa emblemática: el Pase del Niño Viajero, para celebrar la llegada de Jesús. Derroche de folclor, creatividad y fe. Mayoralas, cholas, cholos, pastorcitos, caballos acicalados con dulces, frutas, tapices y bandejas con el tradicional cuy con papas, bandas de pueblo y familias enteras congregadas para afianzar la fe de un pueblo y mantener vivas las tradiciones mientras cientos miran desde la calle y los balcones.

La subida de Todos los Santos en el barrio de los panaderos es el inicio y el final de los adoquines, los tejados y los balcones coloridos. Las escalinatas conectan el río Tomebamba, el “Julián Matadero” con la Calle Larga. Las casas coloniales en las que jugaron los abuelos, los padres, las que vieron nacer y crecer largas familias, haciendo vida de barrio, conociendo al vecino, al de la cuadra de abajo y de arriba, con pintorescos patios centrales y sus huertas con higos, duraznos, babacos, chamburos, capulíes, ruda y ortiga. En el centro histórico, que es Patrimonio Cultural de la Humanidad desde hace 22 años, viven todavía cientos de cuencanos.

En los últimos años y cobrando más fuerza luego de la pandemia, se ha recuperado la infraestructura de algunas casas que alojan a restaurantes, bares, hoteles y cafeterías que permiten que el centro siempre se mantenga activo y con encanto. Pueblo trabajador, amable y orgulloso. Mi casa siempre, el lugar al que todos los cuencanos que salimos por circunstancias y oportunidades, siempre, queremos volver. (O)