¿Cuándo nos perdimos del sendero del bien?, ¿cuándo nos perdimos de aquel camino que nos conducía con orgullo a la consecución de nuestros sueños?, ¿cuándo reemplazamos la reflexión familiar por el utilitarismo?, ¿cuándo sustituimos la broma decente por la burla y el bullying?, ¿cuándo empezamos a hacer de la cotidianidad una lucha de vanidades?, ¿cuándo la amistad pura y verdadera fue reemplazada por la envidia?, ¿cuándo empezó a morir la solidaridad?; ¿cuándo comenzó la carrera a cualquier precio por el lujo y la fatuidad?, ¿cuándo comenzaron las dudas sobre ser honesto?, ¿cuándo el modelo del éxito profesional pasó a ser el carro lujoso y el reloj inalcanzable para el común de los mortales?, ¿cuándo desaparecieron las discusiones sobre lo correcto y se reemplazaron por lo conveniente?, ¿ cuándo la aventura desaprensiva reemplazó al desafío?, ¿por qué puerta ingresó la obsesión por el consumo de drogas?, ¿cuándo desaparecieron los códigos en los pactos políticos?, ¿cuándo penetró el cinismo en la sociedad y en ciertos políticos?, ¿cuándo se sustituyó el respeto al profesor por la distracción electrónica?

Francamente no lo sé. Pero sí tengo algunas certezas: es el momento de recuperar todo el bagaje que nos convirtió en una sociedad de bien. Es el momento de redescubrir, de vivir y de difundir las virtudes de la solidaridad. Es el momento de recuperar integralmente la decencia en la vida política. Es el momento de ponderar apropiadamente los conflictos que enfrentan nuestros niños y jóvenes y las soluciones para protegerlos de tanta maldad. Llegó la hora de hacer de los presos personas productivas a través del trabajo honrado en las cárceles. Llegó el momento de ejecutar una verdadera rehabilitación del reo. Llegó la hora de empequeñecer la vanidad y engrandecer el alma. Llegó el momento de compartir más tiempo con nuestros hijos. Llegó el momento de enfrentar los temores y abandonar las venganzas.

Antes de la fiebre por la competitividad, de la carrera por mostrar ser más exitosos que nuestros pares, antes de mirar la vida solo con los ojos del poder y del dinero, éramos más felices, más reflexivos, más humanos. El grado de violencia y de descomposición a que hemos llegado especialmente en el Ecuador solo podrá ser vencido con el compromiso y la acción de dirigentes y de dirigidos, de gobernantes y de gobernados, de estudiantes y de profesores, de ciudadanos comunes. Si no damos un giro radical y profundo a la sociedad sombría en que nos hemos convertido seguiremos lamentándonos, asistiendo a los velorios de las víctimas colaterales del delito y viendo noticieros que cuentan nuestras miserias y desgracias. Si no cambiamos de verdad, nos hundiremos tan profundamente que nadie podrá levantarnos. La vida sigue siendo hermosa, el amor siempre vale la pena. No lo arruinemos con pasividad e indiferencia. Entreguémonos en cuerpo y alma a las grandes causas y razones y forjemos un mejor futuro. El tiempo es nuestro enemigo. No hay excusas para no emprender en el cambio. Menos palabras y más acción. La nobleza no necesita modelos. (O)