Estamos bombardeados por múltiples peligros y sorprendentemente muchos todavía niegan el cambio climático como si se tratara de una realidad cuestionable. Nos costó comprender masivamente que éramos nosotros los que girábamos alrededor del sol y no a la inversa. “La tierra es plana”, sostienen todavía algunos aún. Nos resulta incomprensible la vastedad del universo con millones de galaxias y planetas cuando nos creíamos el centro del universo.

¿Es posible desarrollar un manglar con sedimentos dragados?: Ecuador pone en marcha proyecto que ya sirve como laboratorio viviente

La realidad está lejos de ser completamente conocida o comprendida. Desde nuestro cuerpo tan cercano y tan lejano, las células cuyos laboratorios internos estamos descubriendo, hasta los sentimientos y realidades espirituales que son para muchos un misterio. La naturaleza es una gran maestra. Todo en ella está interconectado, desde las bacterias y los virus hasta los seres más complejos.

Esa interrelación es la trama invisible que sostiene la vida, un llamado urgente al que debemos responder no con palabras, sino con acciones comprometidas. Vivimos en un mundo donde la naturaleza ha sido relegada a un segundo plano, donde la idea de progreso ha significado la explotación de los recursos hasta el punto de quebrar la armonía del planeta. Y seguimos adelante, ignorando el rugido ensordecedor de una tierra que clama por su sanación.

Estas son las actividades que harán los jóvenes para ganar 400 dólares mensuales en programa del Gobierno

En los últimos años, la crisis climática y la pérdida de biodiversidad nos han mostrado las consecuencias de nuestra desconexión con el entorno. Pero la verdadera llamada a la acción viene desde nuestro propio entendimiento como seres humanos, parte de un todo. La naturaleza nos acoge, nos nutre, nos ofrece todo lo que necesitamos, y a cambio, le hemos devuelto desechos y cicatrices.

¿Qué podemos hacer? La respuesta se encuentra en la comprensión de que cuidarla, respetarla y sostenerla no es responsabilidad de un grupo aislado de activistas o gobiernos, sino un compromiso de todos. Es volver a aprender a vivir con ella y en ella no como un recurso inagotable, sino como un sistema sagrado y complejo que merece respeto y protección. La Cumbre de la Tierra de 1982, el Protocolo de Kioto de 1997, las posteriores cumbres de Copenhague en 2009 y el Acuerdo de París jurídicamente vinculante, adoptado por 196 países en 2015, que entró en vigor en 2016, fijó el objetivo de reducir las emisiones de gases de cada nación para 2030. Se comprometió a ayudar a los países en desarrollo, aprovechar la energía renovable y proteger la naturaleza.

Los aterradores datos revelados en la COP16

La frase que ilustra estos acuerdos es: responsabilidades comunes, pero diferenciadas. No es lo mismo las exigencias para los países superdesarrollados que emiten la mayor parte de gases que envenenan la tierra, que países cuyos habitantes no disponen de lo básico para vivir dignamente.

Es responsabilidad de los gobiernos, pero también nuestra, desde los pequeños actos cotidianos –reducir, reutilizar y reciclar– hasta la defensa de políticas que promuevan la sostenibilidad, todos somos parte de la solución. El cambio, aunque titánico, es posible cuando entendemos que proteger la naturaleza es proteger nuestra existencia y la de futuras generaciones, es preservar la esencia de lo que somos.

La comunión con la naturaleza es el lenguaje de la vida. Es hora de hablarlo, de sentirlo y de actuar en su defensa. (O)