Con vocación de servicio y buenas intenciones, la ministra de Educación expuso su idea de una formación en valores, uno de cuyos ejes sería la reintroducción de la materia de Cívica en el currículo escolar. La propuesta fue bien acogida por la ciudadanía, porque así, sin entrar en detalles, parece útil y provechosa. Pero no está por demás intentar saber qué es la cívica, porque de lo que se piense que es la sustancia de esta disciplina, dependerán los contenidos por enseñarse y, de estos, la eficacia del intento. Si decimos química o, incluso, ética, casi no es necesario definir de qué hablamos, casi, porque nunca está por demás un refrescamiento de la esencia de estas ciencias y saberes. La cívica no es una entidad intelectual estandarizada, por eso, si bien hay un concepto difuso, lo que entienda cada persona por tal puede ser abismalmente distinto. Si buscamos el término en los diccionarios en español e inglés (civic), estos nos dicen que es un adjetivo, es lo relativo al civismo, siendo este el sustantivo en el sentido gramatical, pero también en el sentido de importante y real.
Las etimologías siempre nos enseñan cosas. Civismo y cívica derivan del latín civitas, que es la calidad de civis, de ciudadano. Entonces en el fondo, en el cimiento, hay una entidad real, indiscutible: el ciudadano, el ser humano sujeto de derechos anteriores a cualquier asociación. La civitas es el conjunto de ciudadanos, de allí derivó la palabra ciudad, que ha de entenderse como comunidad humana, pues para el sustrato físico, para el espacio poblado y edificado, los romanos preferían el término urbis, del que viene urbe. La ciudad, la comunidad, es creada por y para los ciudadanos. No tiene existencia por sí misma. Estas precisiones es mejor hacerlas en este punto, porque siempre aparecen poderosos que desvían el sentido de las palabras y nos dicen que los ciudadanos existimos para la ciudad, cuando es exactamente al revés.
La civitas romana es equivalente a la polis griega, término del que viene política, un vocablo que ha adquirido una mala fama que complica estas discusiones. Estas dos palabras de las lenguas clásicas pueden asimilarse al Estado moderno, siempre y cuando entendamos que el civismo, lo cívico, trasciende lo estatal e incluye las comunidades humanas de todos los niveles. El civismo es una conducta, es comportarse como los ciudadanos que crearon las comunidades para salvaguardar sus derechos. Por eso puede decirse con toda propiedad y toda verdad que la regla cívica fundamental es el respeto a los derechos de los otros ciudadanos. De allí deriva todo. Entre los peligros de asimilar la civitas con el Estado está que esta entidad ha usurpado el término ciudadanía, para calificar con ella a quienes reconocen ciertos derechos.
Algunos Estados llegaron a considerar que solamente “sus” ciudadanos tenían derechos, a tal punto de negar la calidad de humanos al resto de la humanidad. La ciudadanía jurídica, a la cuenta un papel, no tiene que ver con la condición de miembro de una comunidad, a la que nos asociamos por el mero hecho de convivir en armonía y respeto con los vecinos, sin necesidad de certificados. (O)