La audición, uno de nuestros sentidos especiales, es una de las múltiples formas de las que se vale nuestro cerebro para mantenernos conectados con el exterior. Los sonidos, el lenguaje hablado, la música nos alertan sobre lo que está ocurriendo a nuestro alrededor. La pérdida de la audición produce aislamiento social y se considera que es un factor de riesgo para deterioro cognitivo.

Sin duda, todos disfrutamos de una buena música, de una amena charla entre amigos, o simplemente de las diferentes voces que habitan la naturaleza. No obstante, hacemos poca conciencia de lo dañino que resulta vivir en un ambiente contaminado por el ruido. Se ha demostrado científicamente que la contaminación acústica impacta negativamente en la calidad de vida y que está relacionada con mayor riesgo de ansiedad.

Cierto nivel de ruido es inevitable, especialmente en ciudades grandes e industrializadas. La OMS considera que los 70 decibelios (dB) son el límite de ruido tolerable por el ser humano, y que el ideal para el descanso y la comunicación es de 55 dB. El exceso de ruido es una forma de contaminación ambiental que causa daño físico y emocional.

Conducir vehículo a ciertas horas del día, además de ser por sí misma una acción temeraria en nuestras ciudades, implica entrar en un torbellino escandaloso de ruidos que sobrepasan un nivel saludable de audición. Se usan exagerada e indebidamente las bocinas de los autos, ciertos conductores van escuchando música a todo volumen como si se tratara de música ambiental que todos estamos obligados a oír, los motociclistas arremeten por cualquier lado con sus motores, algunas tiendas colocan parlantes en la vía pública con música a alto volumen para atraer clientes, entre muchos otros ejemplos. Cuando finalmente llegamos a nuestro destino, estamos sonoramente exhaustos. Ni qué decir de las alarmas de los carros que se activan durante las horas de descanso.

Si vamos a un restaurante es muy común que haya televisores prendidos con volumen alto, al mismo tiempo que se escucha música por otros parlantes. En el caso de que solamente sea música, el volumen suele ser tan alto que ni siquiera permite conversar. Para hacerlo hay que gritar, como si se estuviera hablando entre personas sordas. La “música ambiental”, en lugar de relajar y hacer placentera la hora de comer, muchas veces genera incomodidad entre los comensales. Aunque se lo comuniquemos a uno de los meseros, pocas veces el requerimiento es atendido, peor cuando la música –convertida en ruido ensordecedor– abarca un espacio común de negocios similares. No faltan ganas de preguntar a los propietarios de aquellos negocios si ellos, en sus casas, reunidos con su familia a la hora de almorzar o cenar, escuchan reguetón (por citar un tipo de música) a todo volumen.

El ruido es un factor de estrés ambiental. Niveles elevados de contaminación acústica pueden provocar sordera y comprometer nuestra salud. Hay condiciones de riesgo prevenibles en las que todos deberíamos comprometernos a participar para alcanzar un mínimo de paz en estos tiempos convulsos que vivimos. (O)