Resulta muy común en estos días que las conversaciones giren en torno a los candidatos presidenciales que tienen chances reales de llegar a la segunda vuelta; en ese contexto, es posible sostener que es muy probable que la candidata del correísmo tenga opciones de acceder a la segunda vuelta, manteniéndose la incertidumbre respecto de quién será el otro candidato que pueda llegar a esa ronda electoral, más allá de que se supone que serán tres los aspirantes que bregarán fuertemente por esa opción.

La mención de que la candidata Luisa González tendría asegurada el pase a la segunda vuelta se basa en la presunción del voto fuerte del correísmo, el cual históricamente se ha situado en el 20-25 % del electorado, lo que sería suficiente para llegar a la segunda vuelta electoral; respecto al otro candidato que competiría con ella en esa segunda vuelta, posiblemente no sabremos su nombre sino luego de proclamados los resultados, lo cual pone de manifiesto la incertidumbre de estas singulares elecciones producto de la muerte cruzada. Quizás, hace algunos años, esa incertidumbre habría sido marginal tomando en cuenta las mediciones de las encuestadoras que posibilitaban prever resultados electorales de forma cierta y prolija; sin embargo, las encuestas han perdido de forma progresiva toda su credibilidad, convirtiéndose en caricaturas del estudio de la ciencia política, ahora que cada vez resulta más frecuente observar sus falencias y distorsiones sugiriendo proyecciones equivocadas y justificando sus errores sin sustento ni criterio, lo que se pudo demostrar en el proceso electoral de febrero de 2023.

Campaña electoral para los binomios presidenciales se adelantaría más de un mes

Ahora bien, hay que mencionar que el fracaso de las encuestas en los últimos tiempos no es un fenómeno exclusivo que se da en nuestro país, sino que se repite virtualmente en todas las democracias basadas en el sufragio libre. Uno de los criterios más comunes para explicar los errores de las encuestas es el hecho de que la base técnica tradicional de las mediciones tiene serios problemas “a la hora de recoger con toda su intensidad los cambios de tendencia muy rápidos”. Lo que menciona también Juan Cuvi, quien asevera que las encuestas “no tienen la capacidad de medir la velocidad de la comunicación electrónica. Es decir, no logran detectar la dinámica de unos mensajes que en menos de 20 segundos pueden influir en las decisiones colectivas”. Otros, en cambio, argumentan que cada vez resulta más frecuente que los encuestados oculten sus opciones electorales, es decir, gente que no quiere decir por quién va a votar por una serie de razones, entre las que curiosamente se encuentra el hastío hacia la vivencia democrática, hecho palpable en el caso ecuatoriano.

Finalmente, hay que también mencionar las dificultades que tienen las encuestas de analizar el desafío del voto de los indecisos, ciudadanos que no tienen la más remota idea de por quién votar, toda vez que no se sienten representadas por ningún candidato. Como decía un analista, “no es que mientan; es que realmente no saben por quién votar”. En otras palabras, más que encuestas, vamos a necesitar bolas de cristal. (O)