La muerte es parte natural de la vida. Incluso viviríamos mejor si tuviéramos integrada en nuestras conciencias la circunstancia del morir. Pero las muertes innecesarias, violentas y causadas por armas de fuego –ya sea en la guerra o en la paz– provocan un extremo dolor y nos dejan en la indefensión total. En las últimas décadas, nuestro país ha venido atestiguando de forma cotidiana el sicariato, en el que se exhibe un supremo desprecio por la vida de los otros. ¿Cómo es que hemos llegado a tolerar con tanta facilidad que se elimine físicamente a una persona, así, sin más, por un puñado de dinero?
El escritor norteamericano Paul Auster (1947-2024) publicó en 2023, con fotografías de Spencer Ostrander, el libro Un país bañado en sangre (Bogotá, Seix Barral, 2023), que es una aguda, oportuna y preocupante reflexión sobre el uso indiscriminado de armas de fuego en los Estados Unidos, una sociedad en la que el portar armas está permitido por la ley. Y ese país norteamericano sufre por esta causa una verdadera crisis de salud pública: casi cien personas, diariamente en todo el país, mueren a balazos, lo que es una cifra realmente escandalosa para una nación que se precia de tener estándares elevados en sus niveles de vida.
“Los norteamericanos tienen veinticinco veces más posibilidades de recibir un balazo que los ciudadanos de otros países ricos, supuestamente avanzados, y, con menos de la mitad de la población de esas dos decenas de países juntos, el ochenta y dos por ciento de las muertes por arma de fuego ocurren aquí”. ¿Por qué sucede esto?, Auster pregunta, pues estos datos convierten a los Estados Unidos en “el país más violento del mundo occidental”. El relato de Auster, que habla de las masacres en pueblos y ciudades, es doblemente conmovedor porque en su familia su abuelo paterno fue muerto por un tiro que le asestó su propia esposa.
Auster cita un cálculo reciente del hospital pediátrico del Philadelphia Research Institute: hay 393 millones de armas en poder de residentes, lo que significa más de un arma para cada hombre, mujer y niño de todo el país. Cada año mueren cerca de 40.000 ciudadanos por heridas de arma de fuego, una cantidad parecida a la de muertes en las carreteras y calles del país. De esas muertes, más de la mitad son por suicidios con armas de fuego. Lo terrible de estos decesos es que destrozan las vidas no solo de los allegados más inmediatos, sino de comunidades enteras: parientes, amigos, compañeros de trabajo, vecinos, colegios, iglesias.
El libro trae “fotografías del silencio”: son los lugares donde ocurrieron matanzas en los últimos tiempos, pero las imágenes registran la soledad y el vacío, no se ve ni una sola persona. Auster califica estas fotos como “lápidas de nuestro dolor colectivo”. Una de las circunstancias más dramáticas que se presentan en la novela Cien años de soledad es cuando José Arcadio Buendía mata a Prudencio Aguilar de un lanzazo. De ahí en adelante, ni el asesino ni la víctima hallarán paz, pues ambos no consiguen superar las consecuencias de esta muerte violenta. Para Auster, un país bañado en sangre no es el que imaginaron los padres fundadores. (O)