A veces las cosas nos cuentan historias, a veces nos muestran lo inútil de su existencia (o de la nuestra), a veces nos traen recuerdos que valen la pena escribir, les digo a mis alumnos. Les reto a escribir sobre un objeto y para motivarlos les leo un verso del poema Las cosas, del escritor y poeta argentino Jorge Luis Borges: “¡Cuántas cosas,/ limas, umbrales, atlas, copas, clavos,/ nos sirven como tácitos esclavos,/ ciegas y extrañamente sigilosas!/ Durarán más allá de nuestro olvido;/ no sabrán nunca que nos hemos ido”.
Sus escritos me llevan a pensar en todo lo que acumulo, en todo lo que guardo sin sentido, en toda la nostalgia que habita dentro de mis armarios. –Voy a arreglar, le digo a Santi. Por debajo de los lentes, arqueando apenas las cejas me mira con esa cara de “allá vos”.
Con un cariño viejo y nostálgico, con un cariño enlutado por la ausencia y con letra temblorosa etiqueto la caja: “Frágil Tazas Sra. Yolanda”. Coloco la caja en la estantería de la bodega y continúo con el arreglo y la limpieza de nunca. El próximo feriado seguiré con los armarios de mis hijas, pienso. “Cedés Paz”, “Fotos Carito”, probablemente escribiré con letra casi firme, con letra ilusionada por el próximo reencuentro, con letra tranquila porque sé que aunque se encuentran lejos, están bien.
Poner en orden la vida, las estanterías y clósets es tan necesario como difícil: comprobar la ausencia, botar las ilusiones, reemplazar las verdades y darle más espacio al vacío, cuesta, pero hay que hacerlo. Despedirse duele, asumir errores, verse a sí mismo en la soledad del cuarto es indispensable para seguir viviendo, para construirse y rehacerse.
Poner en orden el caos no es fácil, pero hay que hacerlo de tiempo en tiempo. Es necesario renovar ideas, ver la casa, la ciudad, el país y el mundo con otros ojos para tener paz mental y para dar tranquilidad.
Ojalá nuestros líderes se dieran el tiempo de arreglar la vida de todos los ecuatorianos.
Creo que la reciente campaña electoral en Ecuador debe hacernos entender, a todos los ciudadanos, que por ahí no es. Que es hora de aceptar los errores y agachar la cabeza y pensar en el otro y entender que es nuestro deber decirles a los políticos que estamos hartos.
El pueblo se pronunció en las urnas contundente: “no al caudillismo”, dijo con su voto; “no a las sectas religiosas que ven la paja en el ojo ajeno sin ver la viga en el propio”, dijo con su voto; “no al cinismo”, dijo con su voto; “no al chanchullo y la componenda”.
El votante lo dijo a sabiendas de que la opción ganadora no era perfecta, de que la indolencia es su mayor defecto, de que le falta un baño de realidad, y de muchos otros defectos más, pero votaron por lo que consideraron un mal menor. “Te odio, Correa, porque me obligas a votar por Nobita”, leí en una pared.
No creo que los líderes cambien, de la megalomanía no se vuelve. Pero sí creo que como ecuatorianos tenemos la obligación de no ver en el opositor a un enemigo, de no odiarnos, de ayudar a construir este país hermoso, que no merece los políticos que tiene, y que ojalá aún pueda poner la casa en orden. (O)