Para muchos intelectuales, el reconocimiento de una palabra que identifique a una de sus ideas es una realización personal. La profesora española y filósofa Adela Cortina en sus múltiples intervenciones presenciales y telemáticas, que se encuentran también grabadas, explica la satisfacción que representó para ella que la Real Academia Española de la Lengua haya incorporado uno de los términos que acuñó para referirse a una circunstancia en especial, el rechazo a la pobreza o aporofobia, definida con precisión por el diccionario –que valida el aporte de la profesora– como fobia a las personas pobres o desfavorecidas. También Cortina, amiga del Ecuador y que ha estado con nosotros en múltiples ocasiones y volverá en los próximos meses, manifiesta que no ha corrido con la misma suerte otra de las palabras que dan cuenta de sus ideas, la de “bienser”, concepto que permite el análisis del criterio del bienestar y criticándolo, lo complementa.

Otros personajes de la cultura mundial que han trascendido por su actividad han logrado, sin proponérselo, que una palabra los perennice. Es el caso del término cantinflada, proveniente de la particular forma de hablar del famoso personaje mexicano interpretado por Mario Moreno. O la palabra gauchada, que significa el servicio ocasional prestado con buena disposición, que proviene de la cultura de los habitantes del campo argentino, uruguayo y de Río Grande del Sur en Brasil.

Las palabras aberraciones e incivilidades, que existen y se encuentran en el diccionario de la RAE, tienen significaciones propias que han sido rescatadas entre nosotros con especial propiedad por la Policía Nacional para identificar acciones que atentan contra la buena convivencia ciudadana. El término aberraciones fue utilizado hace algunos meses en el ámbito de la movilidad motorizada para adjetivar conductas inaceptables por sus terribles consecuencias, como el exceso de velocidad, conducir utilizando el celular o en estado de embriaguez. La palabra incivilidad fue rescatada para nombrar a las conductas de ciudadanos que, en pandemia y siempre, se desentienden campantemente de cualquier regulación que busca proteger la vida de todos. Bien por la Policía Nacional, que posicionó en la opinión ecuatoriana palabras decidoras y contundentes.

A estas alturas de la pandemia, gracias a la acertada política y acción del Gobierno nacional, se ha vacunado a una parte importante de la población. Sin embargo, existen ciudadanos que no quieren hacerlo y se piensa exigirles que se vacunen para así contribuir a la protección de todos. Esta posibilidad genera un debate que tiene como actores a derechos que se enfrentan con deberes. Al individualismo con la responsabilidad. Para muchos, el solo hecho de plantear exigencias a las personas significa un retroceso, porque hay un espacio ganado que defiende a ultranza el ejercicio del libre albedrío pese a lo nocivo y destructor que podría ser en muchas circunstancias. Nuestros tiempos tienen esa marca, pero también la de otros que pensamos en el bienestar colectivo y en la inserción responsable del individuo en su entorno social y natural. (O)